Han pasado muchas semanas, o tal vez solo unas horas, desde
que me llamó. Recuerdo sus palabras, el tono de cada sílaba y el suspiro del
final, como unos puntos suspensivos. Con ese recuerdo vienen todos los demás
encadenados en fila india, esperando a ahogarme por dentro, con paciencia,
conspirando contra mí.
Paul ha venido antes, no le he escuchado mucho, he captado
el final de su conversación con el aire y el portazo de salida, sus palabras
diciendo “…aquí están las cosas de Haylei…” se han quedado en el aire unos
minutos.
Me levanto, como un robot de hojalata al que,
repentinamente, se han olvidado de engrasar.
Tal vez es todo una broma del destino, susurro cuando me
encuentro con una caja llena de sus cosas. La llamada, esto… ¿se han puesto
todos de acuerdo de repente? ¿Saben algo que yo no sé? ¿Me ocultan cosas? Si es
así, no sería nada nuevo.
Dudo y me balanceo entre la desesperación, la tristeza y el
enfado. ¿Qué te pasó, pequeña y misteriosa Haylei?
Jugueteo con uno de sus collares en forma de espiral y
pienso, mientras no aparto la mirada de todas las cosas que un día vi entre los
rincones del desordenado apartamento de Paul, que tal vez debo olvidarme de
ella de una vez.
Saco una cinta de
super8 de la caja y soplo para que el polvo acumulado se disipe por el aire.
Unos minutos después, la voz de Paul se extiende por mi salón y su imagen
aparece en la pared. Él, enfocándose a sí mismo y presentando una de las tantas
coreografías, con euforia y énfasis, después pasa a enfocarnos a nosotros, el
espacio es pequeño, pero nos movemos como si tuviéramos todo un campo para
bailar. Mis manos agarrando su cintura, su pelo violeta recogido en un grácil
moño medio deshecho, su mirada y la mía. Todo.
La cinta se acaba y un sonido sordo proveniente del aparato
inunda el silencio que estaba por formarse.
La oscuridad nubla la habitación, y todo lo que acabo de ver, se hace
lejano y distante, como si fuera una película y a cuyos personajes no conociera
de nada.
Me miro en el espejo y sigo teniendo el pelo violeta, ahora
es más largo, y las raíces empiezan a notarse, mi pelo rubio ceniza asoma por
arriba. Decido que no tardaré en volver a teñirme.
Miro de nuevo por la pequeña ventana situada encima de mí también
pequeña, cocina de gas, y compruebo que el cielo anuncia tormenta. Corto con mi
subconsciente, corto con el mundo real, y corto conmigo misma, pienso
pausadamente en todo, tomándome mi tiempo y mi calma. Y para cuando recobro el
dominio de mi misma, estoy en la calle, empapada, a dos pasos de formar parte
de un charco y ardiente de fiebre.
Y como esto no es ninguna película, empiezo a estornudar,
como un cachorrillo hambriento. Pero decido,
que si he de morir ahora, y ha de ser de frío, que sea. Acurruco mis cansados y
entumecidos brazos alrededor de mi misma y sonrío irónicamente al cruzar mi
mirada con un huesudo y sucio vagabundo que me ofrece un trozo de pan desde el
portal. No lo tomo, ni siquiera le doy las gracias, simplemente sigo, con pasos
entre cortos y largos, acelerados y pausados, llegando al cine Capito.
Puedo ver las ventanas del piso de Paul desde abajo y cómo
ya no hay flores en el balcón. Las luces del cine están apagadas, las grandes
letras fosforescentes ahora sin luz ni brillo, me promueven nostalgia, y el
portero me mira con recelo desde el interior de una cabina de cristal.
Entro al interior y todas las salas están cerradas, el hall
se muestra como algo grande que ha dejado de serlo. El terciopelo rojo de todas
las cortinas me calienta los huesos con su mera presencia y la alfombra roja
bajo mis pies se empapa. No parece importarle a nadie el hecho de que yo esté
aquí, ni tampoco que un cárdigan negro se encuentre en el suelo.
Brilla mi colgante en forma de espiral sobre sus manos, y me
mira desde una de las puertas.
La veo empapada delante de mí, y me pregunto si habrá alguna
cámara oculta escondida, preparada para
grabar esto y usarlo en la televisión.
Ninguno de los dos se mueve.
Permanecemos quietos.
Un trueno retumba haciendo eco en el hall y alumbra nuestros rostros pasando por las
puertas de cristal.
Quiero abrazarla, me da igual que haya pasado, porque todos
y nadie están así.
Por un momento olvido todo, lo que hice, lo que hicieron, lo
que el no sabe.
Un pequeño hueco en el espacio-tiempo en el que no existen
los secretos.
Ya no importa nada, se lo diré todo, llorare en su hombro y
dejaré que me juzgue.
Olvidaré todo, borrare lo que pasó y empezaremos de nuevo.
Me acerco.
Me acerco.
Le beso.
La beso.
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De todas las películas que aquí se proyectaron, la nuestra sería la mejor. |
*The End*