Vivimos en una eterna incertidumbre, y la única forma de asumir esa incertidumbre es a través del arte.

viernes, 25 de octubre de 2013

Nunca nadie.

Nunca me preguntaron ni por ti, ni por mí, ni por el dolor mitigado ni por la capacidad de nuestros cuerpos de mantenerse separados. Nunca nadie reparo en la comisura de su labio izquierdo ligeramente más rojo sangre.  Nunca nadie dio pie a ninguna pregunta, y por eso, nunca nadie obtuvo una respuesta.

Nunca nadie quiso saber la historia detrás de estos versos. Ni el dolor ni la alegría que se podía leer entre líneas.

‘Ojala’ me dije ‘ojala preguntaran por mí y por ti y por el viento a esta hora de la mañana. Ojala preguntaran por la tormenta o si me da miedo la oscuridad’ pero nunca nadie pregunto por ello, y nunca nadie obtuvo respuesta, y nunca nadie supo nada.

Y ahora, ya es tarde. Ya no hay  historias que contar, porque te las llevaste tu todas, y el olor a carmín, y el rojo fuego de la colcha y la historia sobre la luna rota del coche, y todas las que vinieron después de aquella, porque, ahora las historias ya quedan viejas y sería como contar un chiste malo.

Y sin embargo, aunque nunca nadie preguntó por mí, nunca nadie se interesó por un poco de todo aquello que estaba deseando decir, nunca nadie. Sin embargo, sí que preguntaron por ella, y por la llama en sus ojos, o no preguntaron, simplemente ella habló, y la envidio por eso, por poder acudir sin ser llamada y responder sin ser preguntada.

Y por eso aunque, cada palabra que pueda decir, tenga algo que quiera que se entrevea, como nunca nadie me preguntó, ni por el pasado, ni por el dolor, ni por el sabor en tu boca al chupar una moneda, como nunca nadie lo hizo, nunca nadie lo sabrá, y algún día, mi mente lo olvidará, y será, como si esa respuesta nunca hubiese existido, como si esa historia nunca hubiese sido vivida. Y nunca nadie, nunca nadie.


Y por eso, nunca nadie se enterará de que quiere decir esto. Porque nunca nadie lo ha preguntado.



 Y aunque nunca nadie sabrá nada, yo estoy bien con eso. 








domingo, 13 de octubre de 2013

For: It depends on who you are

Y cambiar. Como la marea de un pequeño puerto, lúgubre y aterrado. Y salir y conseguir, que el viento te siga.  Y seguir cambiando, como el fénix que revive de sus propias cenizas, como el ave que busca comida y no la encuentra, como un vuelo en primera plana desde tus sueños. Como cambiar sin miedo, sin buscar desaprobación en la mirada de los demás, cambiar dejando de ser el fantasma de tus propias pesadillas, cambiar y dejar atrás a los que buscan y tergiversan tus propias palabras, intentando dejarlas caer, arrojarlas al mar y reír por ello. Dejar de sentir en peso de los demás sobre ti, sobre tu mente, dejar de buscar razón para llorar, porque, quien busca encuentra, y tú, lo has hecho.

It breaks with all that.


Y si eres de los que llegas, y buscas y quieres encontrar, unas palabras para arrojar al mar, deja de hacerlo. Deja de mirar para dañar, deja de meter el dedo en la llaga, porque, para que te importe una mierda el resto del mundo, gastas mucho tiempo en intentar joderlo. 
Y te miro a ti, si,
 que intentas dejar caer tu risa de plomo en estos versos,
 que quieres pensar que no llegan, 
que se quedan cortos, 
que tú eres fuerte y nada puede detenerte,
 que eres de hierro,
 que la vida es solo un juego. 
Deja de hacerlo. 
Deja de mirar para dañar, 
de buscar el mal en los demás.
 Deja de pensar que solo son palabras, porque, las palabras llegan, duelen y se te clavan. 
Y no se las lleva el viento, porque las tuyas pesan y se hincan y aterrorizan y apresan y meten un alma débil en su propia cárcel de cordel. No te estoy diciendo que debes hacer, solo te estoy aconsejando algo. Aconsejar y no rogar.
 Porque no se tus razones, ni tus manías, no sé nada de ti, casi tanto como tú de mí. Y tu postura, alta, grande, posesiva, un tú que intenta ser más con la espalda recta. Y te diré una cosa, más que eso, pareces un pobre crío asustado. ¿De qué huyes? No me lo digas, no me interesa.
 Deja de juzgar sin conocer y pasa a conocer sin juzgar. Dale la vuelta, ponla boca abajo, intenta mirar un poco transparente y quítate esa mascara que se te empieza a pegar a la piel, porque, pequeño niño asustadizo, las máscaras las crea uno, y al final, se las acaba creyendo; déjame decirte, que la tuya no es ninguna gran obra. Es bastante sucia y repetitiva. Al final será que eres el primero que tienes miedo de ti mismo. Y al final será que tu máscara tiene más agujeros que un colador y se empieza a ver lo crío que eres. Hazte una máscara nueva, con traje incluido si quieres, pero que esta vez, no afecte a los demás. Deja esa postura de machote y las botas de pisotear a los demás guardadas en el baúl.


¿Pero qué? Si al final todos somos hipócritas. 

Pd: Sólo tú, sabes quien eres, solo tú te conoces. Entonces, que solo tú te juzgues. 




viernes, 11 de octubre de 2013

She.

Es como un pequeño rayo de luz. Y aunque pequeño, es fuerte y seguro. Como un roble recién plantado que se agarra a la vida con sus futuras grandes raíces.

Y también sonríe. Y oh, cuando sonríe no importa quien la mire, porque, simplemente lo hace, y es tan simple y tan pequeña, y tan fuerte y a la vez tan extraordinariamente ella, que cuesta verla de verdad.

Cuesta verla porque, la ves y no la ves, a intervalos de pequeños segundos en un gran bosque que se interpone entre ella y tú. Se esconde y se encoje para que, traicioneramente, no la encuentre nadie. Porque le gusta estar ahí, acompañada pero desde la lejanía, con miedo a que alguien pase sus potentes y grandes árboles y la derriben.

Y por eso, cuando ella dice algo, no la escuchan, y grita y se intenta hacer oír, pero el viento y las hojas se llevan sus palabras y nunca llegan a su destino, o tal vez, porque simplemente, nadie la escucha desde  tan lejos. Y la sinfonía de su risa si lo hace, se escucha más allá de las tormentas y el aire sordo y taciturno, más allá del bosque y del océano que se interpone entre ella y tú, y por eso, por esa melodiosa y grácil risa, por eso, intentas pasar. Cruzas y entras y quieres llegar a ella, como un grito de orgasmo que no has sentido lo suficientemente. Y buscas y cortas. Y por fin llegas. No es ella, o lo es y no lo es.

Cuando la ves, a centímetros de distancia, sientes que es la primera vez que puedes decir que sabes lo que es el color y la intensidad, porque ella es un sinónimo de todo ello. Porque antes, la vislumbrabas, te imaginabas lo que no llegabas a ver y soñabas con algo más. Antes se veía entre nieblas y era débil y silenciosa. Ahora no, ahora la ves y la sientes, su vida se te clava en la piel y disfrutas de la sensación. Ahora su risa te traspasa, y piensas ¿Por qué no estaba yo aquí antes? Y  la ves de verdad por primera vez y te encanta.

Y desde donde tú estás puedes ver al resto de atontados que hay al otro lado del bosque y que se esfuerzan por pasar. Se frustran y no siguen tu risa porque, no está a su alcance. Y me dan pena, porque, ellos no saben lo que es ella de verdad. No tienen ni la más remota idea de cuál es el color de sus labios a tan poca distancia ni el sabor de su risa en tus oídos. Ni saben cómo es su voz, ni su llanto, ni nada. No saben el color de sus sentimientos, y, desde tan lejos, no la comprenden.

No tiene sentido tampoco describirla.

Te sorprende.

Con cada movimiento y pequeña palabra.

Te sorprende.

Es algo nuevo, una fruta de una remota isla perdida, un nuevo sabor que te estalla en la boca. Así son sus movimientos, así es ella.

Puede que no la veas, pero, si te acercas, si lo intentas, oh, si lo haces, estarás completamente perdido por su intensidad. Una pequeña dosis de droga con cada mirada.

Y también es serena, y emoción y calma todo junto. Es suave, ligera, intensa.

Te puedes drogar y ahogar con su nombre, todo a la vez.


Puedes dejarte llevar por ella, por su deliberada calma y sus gráciles e intensos arrebatos. Puedes embarcarte sobre el Mar que es, y dejar que te guíe. Puedes sentir la intensidad con la que te quiere. Cada pequeña y débil palabra, cada gesto, cada cambio. Cada perdón y cada risa. Puedes sentirlo. Y oh, puedes vivir de ello. 


Y oh, ella no es un mito, ella es real, y ella, ella es Mar. 

jueves, 10 de octubre de 2013

Diario de un borracho.


Cuento mis días en botellas y mis penas en  monedas. Cuento las pisadas de la gente cuando pasan caminando al lado de mi cabeza. Pienso y existo y miro y busco algo un poco humano en el resto de los demás. Todavía no he encontrado nada.

También cuento las miradas, aunque no las cuento con los dedos, porque son demasiadas. Hay muchas de pena, y otras de impotencia. Aunque siendo sinceros la mayoría son de asco.

Muchas veces me planteo la forma en la que deben de verme, y si yo fuera ellos no dejaría ni un céntimo en el vaso de plástico que tengo delante.

Ayer me vi. Fue como un relámpago, nada duradero, un pequeño segundo de una larga vida, pero me vi. Un par de hombres pasaban transportando un espejo delante de mí. En ese momento, tuve ganas de llorar.

Puedo contar mis posesiones con los dedos de las manos, y me parecen demasiadas.
Una mujer me preguntó el otro día porque no quería salir de la pobreza. No le respondí.

No supe hacerlo pues, después de tanto tiempo todavía no tenía una respuesta para eso. Podría responderle a cualquier pregunta, menos a esa. De vez en cuando, en el momento en el que no queda más que el culo de la botella de cerveza barata, y la noche a caído para todos hasta llegar a mi pequeño y andrajoso portal, en ese momento, canto. Canto con la voz clara, y las cuerdas vocales de un niño de  diez años, canto para las estrellas que viven ahí arriba, que no tienen la necesidad de hacerlo aquí abajo. Canto como protesta, por si alguien se digna a escucharme como otra cosa que no sea un asqueroso borracho. Y sobre todo, canto para mí. Para mis recuerdos y para mi mente. Canto las tablas de multiplicar y las fórmulas de física que aprendí en la universidad. Canto historias de dioses y de literatura antigua. Canto la composición de la cerveza y canto mi vida y mi nombre.

Y  cuando canto, oh, cuando canto me siento persona y no borracho.

Por eso, anoche, mientras cantaba una antigua canción que hacia burla a la gente rica y un niño paso junto a su madre con un móvil en la mano y quejándose porque esa noche no quiere cenar lentejas, y me miro asombrado al pasar enfrente y su madre le dio una colleja y le echo la bronca porque no tenía que mirarme. Lo supe.

Supe la respuesta a aquella mujer. Supe porque no quería salir de la pobreza. Y oh, la respuesta llegó tal cual un cubo de agua fría, una verdad que me golpeó el estómago y me dejo sin aliento, una verdad tan irrefutable como que tengo dos ojos y una nariz. Y me gustaría haberlo gritado si no supiera que me fallaría la voz, me gustaría haber gritado, que he perdido la fe en la humanidad.

Y por eso cuando la calle se queda vacía y mi botella similar, rompo a llorar. Y me siento como un niño pequeño, que llora porque no quiere cenar lentejas. Y como el chico al que le han roto el corazón. Y lloro por todo eso por lo que no he llorado nunca, mi familia, mis amigos, mi vida. Y lloro por tener más fe en una botella que en la humanidad. Y lloro porque me siento solo, y desarropado, y a la deriva.  Y mientras tanto, canto. Canto para mí y para nadie más.

En lo más profundo del prado, allí, bajo el sauce,
Hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
Recuéstate en ella, cierra los ojos sin miedo
Y, cuando los abras, el sol estará en el cielo.

Este sol te protege y te da calor,
Las margaritas te cuidan y te dan amor,
Tu sueños son dulces y se harán realidad
Y mi amor por ti aquí perdurará.

En lo más profundo del prado, bien oculta,
Hay una capa de hojas, un rayo de luna
Olvida tus penas y calma tu alma,
Pues por la mañana todo estará en calma.

Este sol te protege y te da calor,
Las margaritas te cuidan y te dan amor.
Tus sueños son dulces y se harán realidad

Y mi amor por ti aquí perdurará.





Y finalmente le di un trago largo a mi, tal vez demasiado pequeña, botella de ron. 

sábado, 5 de octubre de 2013