Vivimos en una eterna incertidumbre, y la única forma de asumir esa incertidumbre es a través del arte.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

¿Y ahora qué?


Todo el mundo se olvida de los inocentes,
Que mueren ahogados entre una orilla de miseria y otra de pobreza.

"Y el niño ahí parado, me preguntó: 
tan pobre es mi país, 
que no puede comprarme
 un juguete, 
y que me obliga a llevar colgada 
una escopeta 
del hombro"
- Lo que pasa, 
es
que la codicia y la religión, 
valen más 
que las vidas -

Intentan enseñarnos el valor,
Es fácil hablar de vida cuando hay un plato
De comida caliente en la mesa
y ninguna carta del banco
Hundiéndose en el frío del colchón.

Y mientras tanto,
¿Qué haces? ¿Qué puedes, si quiera
Intentar? – de una parte a este tiempo,
Nos hemos olvidado del viento-
Los terceros siempre se llevan los palos.
Los palos, el dolor y la muerte.

Mi madre,
Llora cuando escucha las noticias,
Y tú, agotado,
Te preguntas,
¿Y ahora qué?



¿Y ahora qué?

Ahora nada. 
Ahora lloras, 
ahora descansas, 
ahora ves, 
la muerte, 
a través 
de una pantalla. 









Intentas rimar valores,
Entender las escalas,
Donar pulmones a causas justas.
Intentas escribir poesía,
Morir en una bañera,

Hacer historia. 













sábado, 22 de noviembre de 2014

10 miligramos de resignación.




No sabemos nada.  Y cuando echamos un vistazo a lo de fuera: hambre, sed, dolor, guerra. Escondemos la cabeza, nos tomamos un café.

¿Qué quieres ser cuando seas mayor?

-Un esclavo más.-


Quiero cambiar el mundo, donar dinero a ONG’s, llorar por películas transcendentales sobre la segunda guerra mundial, conocer a mucha gente, hacer el amor, viajar, tener un hijo, inculcarle valores para la vida, comprarme un coche, escribir un libro de autoayuda, creerme psicólogo de los que me rodean, acudir al psicólogo porque no soportas la vida, que es muy hueca. Llorar, soportar dolor, pero no más del suficiente. Ver las noticias, discutir sobre el destino del mundo en reuniones familiares, leer libros clásicos, dejar el tabaco, volver a fumar a escondidas. Abandonar los sueños adolescentes, resignarte. Observar la muerte a través de la pantalla, seguir mi vida de burgués, llegar a fin de mes, hacer cuentas, castigar a mis hijos, divorciarme. Mirar atrás y querer volver a ser joven, tomar antidepresivos, ver como mis hijos cometen errores, desear poder ser ellos. Ser infeliz, trabajar, tomar la droga que el estado me subvenciona: 10 miligramos de resignación. Jubilarme, sobrevivir de compasión un poco más, esperar el final, ver a mis nietos, olvidarme de todo, mearme encima. Morir. 

Valores postmaterialistas.

            Escribió un mensaje sobre el fin de la centralidad del trabajo y la clase obrera en su móvil montado por operarios chinos, con robots fabricados por trabajadores japoneses, con chips de una planta operada por taiwaneses, con tierras raras extraídas por mineros chinos. Smartphone embalado con maquinaria fabricada por trabajadores suizos, embarcada en un puerto construido por obreros de la construcción chinos, en un barco portacontenedores botado en unos astilleros de Corea, con acero fabricado por siderúrgicos coreanos, a base de carbón y hierro extraidos por mineros indonesios y brasileños. Contenedor descargado por trabajadores portuarios, embarcado en un camión montado por obreros holandeses, movido por petróleo extraído por trabajadores del petróleo nigerianos, refinado en Cataluña. El móvil llegó una tienda donde lo vendían dependientes españoles, en un edificio construido por obreros de la construcción españoles (y ecuatorianos), con cemento fabricado en Francia. Un smartphone que funciona gracia a una batería de litio sacado por mineros argentinos, cargado con electricidad producida en una central térmica montada por obreros españoles, con turbinas construidas por trabajadores alemanes, que funciona con carbón sudafricano, electricidad que llega a su casa mediante una instalación realizada por instaladores electricistas, con cables de cobre sacado por mineros chilenos.

             Hizo clic en el botón de enviar y a través del equipamiento de telecomunicaciones montado por obreros tailandeses y de fibra óptica estadounidense, instalada por operarios de telecomunicaciones de varios países, llegó a los servidores de una red social programada por informáticos indios, Guardó el móvil en el bolsillo de su pantalón, tejido por obreros téxtiles de Bangladesh, con algodón recogido por jornaleros pakistaníes, y bebió un sorbo de café cultivado por agricultores colombianos, con agua canalizada por trabajadores de la construcción desde 100 km de distancia, satisfecho de sus valores postmaterialistas.



-


martes, 18 de noviembre de 2014

Soledad como metodología.

"Tenemos que dejar de funcionar con fantasías del tipo: “le digo, me dice, le hago”. Se trata más bien de pensar “aquí estoy, qué pienso, qué quiero, hacia dónde, cómo, cuándo y por qué” que son preguntas vitales de la existencia. La soledad es un recurso metodológico imprescindible para construir la autonomía. Sin soledad no sólo nos quedaremos en la precocidad sino que no desarrollamos las habilidades del yo. La soledad puede ser vivida como metodología, como proceso de vida"


jueves, 6 de noviembre de 2014

¿Qué nos queda?


Nos han trillado los pulmones.
Ya ni el aire transpira.
El fusil muy fuerte en la garganta.
Pólvora en los huesos.

¿Qué nos queda?

En las solapas los galones.
En la mirada toda su ira.
El gorrión ya ni siquiera canta.
Todos están presos.

¿Qué nos queda?

Hay gente que llora en la calle, muertos de hambre de vida.
Hay pólvora que estalla triste y hueca, bajo sus camas.
Y ¿de qué sirve correr?


“Nos han trillado los pulmones. 
No podemos respirar” 

-Gritan- 

domingo, 2 de noviembre de 2014

El frío de los hielos del cubata.

Me gustan las grandes ventanas.
Por las que irse poco a poco
O de golpe.
Me gusta el sueño salvaje de morir
El baile etéreo por las cornisas del aire.
Me gusta todo lo que te convierta en fuego,
Y estalle con llamas,
Muy adentro de este mundo.
El sonido de este bajo,
Que te golpea las clavículas.
La noche eterna,
El sol ardiente.
El frío de los hielos,
Del cubata.
Y todas esas mordidas,
Esos polvos,
Que se quedan en la calle.
Me gusta todo aquello que se clava,
Como el dolor,
O el miedo.
Todo aquello que no respete reglas
De tres al cuarto.
Y toda esa mierda de dormir tumbados
O por el contrario,
Bocabajo.
Me gustan todas esas cosas,
Que por delante o por detrás,

Te matan.

sábado, 18 de octubre de 2014

Querida Margarita:

Te escribo mientras tienes los pies calientes y duermes hacia la ventana, que parece que se te van los sueños por ella.

Te escribo por si en estos viajes que suelo hacer me quedo al otro lado sin querer, por si mueren en mis labios estas palabras y no llegan a ti nunca. Te escribo por si se me acaba el tiempo – o la vida-.

Te escribo para darte las gracias, por todos esos lugares en mi mente de los que me has sacado, y en los que me moría lentamente. Te doy las gracias por tu valor, tu constancia, tu manera de hacer las cosas. Por no conformarte, por pulirme poco a poco mis errores y por mostrarme los tuyos.

Te escribo ahora, por si acaso mañana es tarde y se nos adelanta el cielo. Que ya te lo digo en sueños, pero lo siento.

Y lo sentiré tantas veces a lo largo de la eternidad que ya me duele.

Te doy las gracias por todos esos momentos con los niños, por no ocultarles nada, por contarles todo eso que yo no podría porque me falta el aire. Por quedarte con ellos, cuando yo me vaya. Que vas a ser una madre estupenda, aunque estés sola, ya lo sabes.

Te escribo con el alma que se me va, y con los ojos que se me cierran. Para decirte todo eso que tal vez ya no pueda decirte mañana, o pasado, o al otro.

Te doy las gracias por no soltarme nunca la mano, aunque te mueras de miedo. Por acompañarme todo este tiempo.

Y te digo, por último, que aunque me vaya mañana, y esto que me consume me cierre los ojos para siempre, que aunque a veces el dolor me lleve a otro lugar y no te vea: Te quiero.

Y te querré siempre.


Tuyo, Pedro.  

martes, 14 de octubre de 2014

A mad tramp: Letter to the flames

Y cuando llegué, solo encontré: más caminos, una carta de renuncia de la casa y una escopeta cargada de indiferencia.

Y me dio igual, 

Como me dio igual el vómito de aquel bebé en el metro, y el frio helado y ensordecedor de aquel invierno en la calle.

Se habían ido tantas cosas ya, joder, que ni de golfa por esquinas ni de borracho de soledad efímera podría sobrevivir un poco más. No era el pitido en el oído izquierdo, ni los lamentos de las canciones de la radio, que llegaban teñidos de risa hueca, como cuando me reía yo antes, cuando se quejaban de amor los cantantes llenos de comodidad, “¿Cómo puedes quejarte? Dime, ¿cómo?”

Pero ya no siento eso, porque no son las canciones tampoco, ni el frío helador, ni el calor más sofocante. Era la indiferencia del gobierno, la unidad personal, el silencio vacío que quedaba tras mi llanto.

 Pero ya todo es cenizo.

Mis palabras son pasto de las llamas. 

-Literalmente; he arrojado las hojas al fuego, para calentarme las manos.-

Y el callejón es eterno, y el suelo es pegajosamente frío.

Ya no duele nada.


Ni  yo mismo. 

Ni yo mismo








domingo, 12 de octubre de 2014

-

-La sociedad es tan cobarde como las personas que la conforman.

-Entiendo lo que dice, pero estoy en desacuerdo. Creo en el ser humano.

-Las cualidades del ser humano se resumen en una palabra: Hipocresía
 Aplaudimos a los que dicen ‘bien’ cuando piensan mal. Y  nos burlamos de los que dicen ‘mal’ -cuando piensan bien. La sociedad se basa en el odio. Pero debería basarse en el perdón. El odio es rudimentario. Deberíamos poder perdonar a nuestro verdugo. 

- Nymphomaniac. 

martes, 7 de octubre de 2014

Como si lo supiera.

Estaba en el suelo
Como el hielo.
Que se derramaba hueco,
Y triste,
Del corazón al alma.

Tenía el pulso,
Acompasado a la canción
De su vida,
Y lloraba derretido,
La mueca del payaso,
El de la fiesta,
El borracho,
El de las entrañas huecas.

Y ahora se acuerda,
Sórdido y triste,
Tirado ahí,
Sin más,
Si alguna vez,
Alguna,
Se quiso más
Que su hermano al pez,

O que,
Si por casualidad,
No sabía ya
Como sabía

La muerte. 

jueves, 2 de octubre de 2014

Silence.


No puedo dormir. La marihuana no me hace efecto. Mañana volveré a llegar tarde, ya no me angustia, ya no.
Me hago una paja cuestionándolo todo. Analizándome. 
El trabajo me produce un gran vacío, me asusta su dominio, el mecanismo roto. 
Me caliento ficcionando imágenes inducidas. Mi mente me guía atropellada hacia una fantasía recurrente impuesta por misóginos discursos religiosos, telediarios de sobremesa y porno-basura en general. 
Hace unos días volví a discutir con mi madre. Las relaciones humanas son tremendamente complejas. El pensamiento es traidor y rastrero. No tengo que demostrarle nada a nadie, ni si quiera a mí.
No sé porque me he castigado tanto. Cobarde. 
Febril y animal gimes desgarrando con tus miembros líquidos la almohada muda. Recuerdo el día en que empecé a perder. Me corro con violencia y lloro.
Desfallezco cuando me hace efecto el trankimazin.
El móvil vibra atroz sobre la repisa. Mi cuerpo se yergue solo, levita por la cama y detiene certero la vil sirena. Diez minutos más y me incorporo de un salto a la vida.
Me pongo sin remordimiento alguno la misma ropa de ayer, si me paro a pensar que ropa llevar podría ser mi fin. Eso si, elijo con cuidado y precisión los calzoncillos.
Es hora de irse. Comienza el infierno.
Las puertas se cierran como guillotinas, acaricio con las pestañas el cristal. El ácido y amargo perfume a testosterona, a sabana usada, caliente, me pone de punta. Me da asco respirar. 
Finalmente llego tarde, sudando y de los nervios. De hoy no pasa que arregle la bici, el metro es insoportable.
Es asquerosamente retorcido pensar que es esto lo que me hace levantarme cada día, morir un poco. 
Todo lo que siempre he querido hacer no es más que un sueño romántico de lo que me gustaría poder ser.
El frío se adhiere a la piel, penetra intruso. 
Las furias me chillan rabiosas verdades que no quiero oír y el estado me subvenciona la más potente droga contra el dolor, veinte miligramos diarios de sonrisa hueca, de olvido roto. Sonrío para no desbordar mi pupila que cae. Sonrío el dolor latente que me paraliza.
Hace días que no oigo el sonido de mi voz. Ya no creo en nada. 

sábado, 20 de septiembre de 2014

Fears and lies.

¿Sabes? Tengo miedos.

Como todos, yo creo. Y no duran mucho, son cortos, como los besos de despedida. Y cuando vienen me duelen, cortamente.

Y te escribo ahora, de noche y en silencio porque me debo a ello, y aun superando esos miedos, te lo pido, tan solo escucha.

Cuando era pequeña, cuando tenía en mente tan solo mi gran castillo, las palomas que pondría en mi boda y ese dibujo tan  bonito que había hecho el día anterior,  cuando era pequeña pensaba que sería perfecta. ¿Sabes? Perfecta. Como el caos, como lo imperfecto.

Ahora, con unas cuantas vueltas de rosca más, 27 miedos añadidos, y el frío en los pies que no me deja dormir, soy consciente de que ni un castillo, ni unas cuantas palomas pueden hacerme sentir bien.

Porque tengo miedo, joder, tengo miedo de hacerlo mal, de dar un paso en falso y que se hunda el hielo cuarteado delante de la montaña. Tengo miedo, de hacerte daño, de que me hagas daño. De mentir demasiado, de decir la verdad.

De que llegue un día y ni si quiera sepa quién soy, de que me consuman las mentiras por dentro.
Y quiero que lo entiendas. Quiero que sepas, al menos, que ya no soy pequeña, que ya no hay goma de borrar cuando me tuerzo en mi dibujo, quiero que entiendas que tapo los agujeros que hago a cañonazos con masilla hecha de mentiras, que solo quiero que sepas, que te quiero, que el daño que te haría con verdades, me lo hago a mi misma a base de engaños.

¿Pero qué hacer si no? Mi mayor miedo es perder.

Y no a las cartas, sino a toda la gente que me acompaña. Tan solo me aferro. ¿Entiendes? Tan solo quiero que te quedes, que se queden.

Nunca hice nada por despecho o por maldad. Tan solo, tan solo hay  una pequeña parte de mi que le gusta tropezarse, jugar a la balanza, a los juegos de la suerte. Hay una pequeña parte de mí que solo aprende a base de tropiezos, que le gusta meter la pata. Hay una pequeña parte de mí que grita en mi interior su lema de ‘A errores se aprende’ y que lo predica todos los días a todas horas.

Pero esa pequeña parte de mí, y el resto también, ama lo que tiene, y aunque juegue a la suerte de perderlo, no lo soportaría nunca.


Y te escribo ahora, y a oscuras, para que aunque sea durante unos minutos, entiendas que, aunque me caiga una y otra vez, y no me arrepienta de ello, y aunque tape los agujeros con masilla, y aunque no te lo diga, y aunque no me conozcas del todo, te quiero. Y ese es mi mayor miedo. 

And that I love you
and I'm sorry 

Para Mar.

sábado, 30 de agosto de 2014

No hearth, no human.

No tardarán en dar las nuevas noches de abril pospuestas en el tiempo a un temporal más estable.  Se hará del mundo un puzle y encajaremos las piezas. El juguete ya no será nuevo, estará arreglado, pero siempre será un juguete roto. Creceremos mitigando el dolor a esa punzada impremeditada en la parte superior derecha de nuestro cansado y latiente corazón.

No habrá cura ni remedio a la pena por una rotura tal. La tierra  forma parte de nosotros y no hay huesos que nos unan a ella, pero el dolor por ser quebrada es tan o más intensa que por la fractura de una mano.
Nos cuidamos a nosotros mismos, esperando a que llegue alguien que haga el favor de curar a los demás y de forma irrevocable, terminamos cargando a nuestras espaldas el cargo de dirigir una orquesta que no es la nuestra.

No se insiste cuando el truculento mar, adquiere fuerza y se niega a llevar en sus lomos un velero. Tampoco cuando las nubes ponen el mantel y te niegan el paso a las montañas. No se niega su poder cuando, el sol y las marchitas flores de agosto toman poder.


Siendo así, fortuito nuestro paradero en un punto insospechado de toda razón humana. 

Como el rudo gemido de un alma vieja que se lanza a la aventura, una vez más. 



lunes, 25 de agosto de 2014

Y ya.

La casa estaba llena de rayos de luz atravesando motas de polvo, y tu mano colgaba desnuda e inerte del borde de la cama, tenías la boca abierta, como respirando en la eternidad del silencio y en la tranquilidad del espacio. Tus ojos abiertos miraban tranquilos y en paz hacia la ventana, donde las nubes se teñían de rosa y rojo y el cielo se tornaba un poco más oscuro. No era el momento, pero te habías ido. Y era la paz en tus ojos, la tranquilidad en tu cuerpo, tumbado y relajado, como durmiendo, en el silencio de la habitación, era eso, lo que seguramente, no me puso triste.

Te habías ido.


Simplemente.

Quiero creerlo.

Tengo amarrada la cuerda con las dos manos, una me tiembla, como si tuviera párkinson, la otra permanece serena, como muerta y estable.

En mi cabeza no hay nada y lucho por mantener los ojos abiertos, que se cierran con cada oleada de aire. Hace tres horas que se fueron corriendo y se resienten mis huesos al frio y al cansancio.

Empezó a llover hace treinta y tres minutos y parece que hay un altavoz bajo el lago impulsando a la superficie a saltar, la barca se mueve mucho, y la noche cae sobre los árboles. Ya ni si quiera oigo a los pájaros, cantar desde las ramas.


Echo de menos mi cama. Y las flores. Y el calor. Y echo de menos que ellos vuelvan, me han dejado sola. Suelto la cuerda de la barca, ya no merece la pena mantenerla aquí, ellos no están, o están pero muertos, o están pero lejos. Caigo sobre el fango y me mancho la ropa, creo que me duermo, o me muero, o me voy lentamente. 

Cuando despierte, el mundo será fácil y luminoso, la lluvia caerá fina, el sol será cálido y no abrasador. Habrá amor y no hambre. Cuando despierte, no habrá asesinos, ni gente desaparecida, ellos habrán vuelto, mis padres estarán vivos, y los supervisores de los hogares de acogida no querrán tocarte debajo de la falda. Cuando despierte, nadie necesitara huir de ninguna parte. Cuando lo haga, nadie morirá de sed, ni de calor, ni de frío. Cuando despierte, nadie estará solo, y la tierra será generosa, al igual que el resto de la humanidad. Cuando despierte la gente llorará pero de risa, el único dolor que sentirá será de las cosquillas en la tripa, no habrá malos, solo buenos. Cuando despierte no habrá pobreza, solo una paz infinita que se extiende poco a poco. Cuando despierte no habrá peleas de bar, ni cristales rotos junto a mi cama, ni cigarrillos apagados en el brazo, cuando despierte, tu, el que lees, estarás bien y yo, la que llora y duerme, también. 

Quiero creerlo. Quiero creer que será así, que todo estará bien. Porque se lo prometí a el y a ella y ahora que están fuera de aquí, quiero creer que es posible. 


domingo, 8 de junio de 2014

Monstruo carnal de mis miedos.

Solo había pasado una semana. Y ponía el ‘solo’ delante de la frase en mi mente, porque si no lo hacía, ella misma se desmoronaría incluso antes que mi cuerpo. Aunque a quien quería engañar, ¿una semana? Hacía más de un año que pasó una semana.

Las paredes eran grises, de un gris inhumano y terriblemente nauseabundo. Había muescas en la pared de antiguas victimas que contaron sus últimos días ahí, sangre seca en la esquina derecha y meados de tres días estancados en el desagüe central. Ni una mísera ventana. Ni una mísera luz. Ni una mísera palabra.

Solo estábamos, el mísero suelo que pisaba, cuatro paredes grises que alcanzaban un techo que se me hacía cada vez más bajo, y una puerta, de metal de hierro, como la boca de un monstruo mitológico que engulle todo lo que ve, haciendo presencia en una de estas paredes, y yo -que ya no era ni persona.

A veces, cuando se me entumecían las piernas y me quedaba atento, alerta, mirando la boca del monstruo, me preguntaba, quien estaba en el interior de tamaña bestia, si yo, desnutrido e ido, el de los ojos rojos  y piel a capas de sangre, o ellos, los de los gatillazos en falso en la sien, las patadas en el estómago y las risas macabras en la oreja.


De una forma u otra, yo estaba ahí dentro, y el olor de mi propia putrefacción me llenaba las fosas nasales y vomitaba la comida que no comía.

Si pasaban más de dos horas en mi mente sin que los otros vinieran a preguntarme nombres y fechas -que quedaban estancados en el corazón, en un pequeño hueco reservado a la muerte-, si se olvidaban de mi existencia y sentía la seguridad de la soledad en esa jaula de locos, me permitía recordar, aunque fuera durante unos minutos, quitarle el polvo a los buenos recuerdos, y sentir que no fueron una película, que mi piel y mis huesos de verdad los vivieron. Recordar los tacones de ella, llenando el silencio de la casa cuando el sol amanecía por un costado de la fachada, recordar las asambleas, la palabra ‘revolución’ corriendo por mis venas, las ideas de libertad, la historia, las palabras grandes a susurros en el piso, las ansias de cambiar, todas esas carreras escapando de los de la camisa azul, los libros embebidos bajo una vela a altas horas de la noche, el sentir que los grandes filósofos y la historia estaba de nuestra parte, recordar un poco, y después, volverlo a olvidar en un rincón,  amontonarlo y echarle tierra.

Con el tiempo, hasta esos pequeños detalles, se fueron escondiendo tan adentro que incluso cuando mi mente estaba sola, ellos me dejaban más solo aún. Poco a poco, olvide nombres, calles, números, por olvidar me olvidé hasta a mí mismo, olvide hasta lo que era sentir algo que no fueran los golpes.

Con el tiempo, solo me quedaba, la sangre seca y los arañazos en el cuerpo de cuando me arrastraban desnudo e inconsciente por el suelo. Aprendí a apreciar el dolor, porque me recordaba que estaba vivo, que mis huesos no eran polvo, que, en algún lugar recóndito, la palabra de mi nombre significaba algo. Aunque para qué, si en esas cuatro paredes, monstruo carnal de mis miedos, yo no valía nada.

Al final, cuando solo oía mis propios gritos de auxilio resonando en mi mente y haciendo eco en las paredes, me decía a mi mismo, que la supervivencia era la única carta que me quedaba por jugar. Aunque como todo, eso iba por rachas. Un día estaba dispuesto a levantarme, desentumecerme, dispuesto a soportar el dolor de las descargas eléctricas sin llorar, y soltarles un discurso a los otros, sobre la injusticia de la represión humana, y al siguiente día, solo me quería morir y olvidar que en algún momento, mi alma hubo visitado el mundo. Por lo tanto, mi cuerpo, como mi ser, se encontraba en una constante e imprecisa montaña rusa, que no hacía más que subir y subir.

Mi corazón dejó de latir un 3 de julio. Entre las cuatro paredes de mis pesadillas.

No puedo decir que morí como un héroe porque no es así, ni si quiera que pensara en ellos y ellas antes de dejar de respirar, porque realmente, lo último que pensé fue que me apetecía mucho un cigarrillo. 


Nadie estuvo ahí, cuando deje de vivir.
Morí: solo, triste, sucio, dolorido y hueco.
Y nadie sabrá jamás esa parte oscura de la vida, a la cual la luz del sol no alcanza a dar. 



jueves, 15 de mayo de 2014

Mentally and physically exhausted.

Cuatro tazas de café, ni una más.
Un poema, alguno más.
Tres páginas de un libro que no entendía.
Y siete rayos de sol, como el arcoíris, atravesando la habitación.
Fue entonces,
Que te vi.
De pie, sereno.
Inquietante y distante ahí parado.
Y juro,
Que me ahogué.
Como se ahogan los peces con el aire,
Y como se ahogan las flores en el mar.


Ni si quiera estabas

Ahí realmente. 

domingo, 4 de mayo de 2014

Suono come.

Suenas como cuando el día acaba.
Como la vuelta de la gaviota de un largo viaje.
Suenas como el latido de un corazón marchito.
Como los últimos segundos de vida de una mariposa.
Suenas como el estallido de una presa, como el rio inundando el bosque.
Suenas como el correr de la sangre en las venas.
Como cuando la tarde decae y el cielo se parte en nubes.
Suenas como el jilguero de los sábados,
Suenas como la música en oídos sabios,
Como un piano y un saxo haciendo eco en un local,
Suenas como unos tacones, en la noche, caminando al final,
Suenas como el humo, apagado, oscuro, latiente, de un cigarro,
Alcanzando, deprisa y despacio, el balcón de arriba, que derrocha notas de un violín.
Como una respiración profunda, las caricias acompasadas,
El suave rasgo de la luna, haciendo sombra sobre tu cama.
Suenas a lluvia, silenciosa e invisible.
Suenas a silencio, recóndito, alicatado al espacio.
Suenas al cántico de un marinero, el ron inundando sus palabras.
Como las ideas fervientes, apasionadas
En unas líneas escritas, desaliñadas y nerviosas, inestables.
Suenas como el mar.
Como el aire.
Como el fuego chispeante.
Suenas como la muerte del principito,
Como la caída de un árbol.
Suenas como la voz partiendo el tiempo,
Como un susurro en un momento.
Suenas como esto, leído por tus labios.
Suenas diferente.
Suenas como te oyen.
Suenas como una herida,
maltrecha entre el corazón y el alma.
Suenas como el color alcanzando la luz.
como la risa, en un campo de esclavitud.
Suenas descolocado,
indeciso.
Suenas a destiempo,
impreciso.
Suenas aquí y allá,
suenas dentro y suenas fuera.
Suenas en todas partes,
y a la vez, no suenas en ninguna.
Suenas como la arena, cayendo por un reloj.
Como un grito, en un campo de plenitud.
Suenas sobre un tejado,
suenas como un disparo.
Suenas de mil maneras.
Suenas tartamudeando,
A silabas,
o a palabras.
suenas escrito bajo un candelabro.
Tu nombre haciendo eco en un establo.
Suenas estúpido,
suenas libando.
Suenas entre platero y tú.
Suenas a notas,
suenas a estrofas.
A tres kilómetros del centro de la tierra,
suenas en el corazón de un dragón de madera.
Suenas celeste,
 O piano,
suenas como un niño cantando en primer grado.
Y suenas bajo tierra,
Enterrado,
suenas en el cielo,
Como volando.
Y suenas tantas veces,
y de tantas formas.
suenas como las palabras que se cuelan entre las sombras,
que de una forma u otra,
suenas tanto,
que no te oigo. 



Suono come la vita,  giocando con la morte 

Suenas como la vida, jugando con la muerte. 


viernes, 2 de mayo de 2014




« ... »

Morir es retirarse, hacerse a un lado
Ocultarse un momento, estarse quieto,
Pasar el aire de una orilla a nado
Y estar en todas partes en secreto.

Morir es olvidar, ser olvidado,
Refugiarse desnudo en el discreto
Calor de Dios, y en su cerrado
Puño, crecer igual que un feto.

Morir es encenderse bocabajo
Hacia el  humo y el hueso y la caliza
Y hacerse tierra y tierra con trabajo.

Apagarse es morir, lento y aprisa,
Tomar la eternidad como destajo
Y repartir el alma en la ceniza. 



sábado, 26 de abril de 2014

¿Qué es mi instituto para mí?

Ella se ha levantado del asiento de terciopelo rojo. Tiene el vestido arrugado por la parte de atrás y un agujero en las medias por el interior del muslo derecho, pero con eso y todo está mirando al frente como si ahí delante estuviera el mismísimo presidente del país, que si lo estuviera- piensa ella- le escupiría sin dudarlo. Lleva el folio doblado mil y una veces escondido  en el sujetador y cuando sube, con paso sereno a la tarima y mira a todo el mundo que la observa, inquietante y en silencio, siente el poder correr por sus venas, por fin alguien se va a dignar a escucharle. Se mete la mano por dentro del sujetador por arriba y recibe algunas risas y un par de miradas extrañadas. Desdobla el papel en el silencio del auditorio y siente que su respiración hace eco en la tensión del ambiente. Lanza una mirada a sus manos temblorosas, y empieza.

"No sé si esperáis sinceridad con esto o solo que os colmemos de flores.

Primero voy a dar las gracias a mis profesores, a todos los que me han enseñado y a los que todavía no y lo harán en un futuro. Porque tanto si lo han hecho bien, como si lo han hecho mal, soy quien soy gracias a ellos (y un millón de cosas más)

No sé qué es el instituto para mí, ni lo que es para los demás. Habrá quien lo odie, habrá quien no, habrá quien se la sude un poco todo esto. Y yo, yo no tengo ni puta idea.

Pero sí sé, que sea como sea, me ha enseñado muchas cosas. A decir lo que pienso, a quejarme. Me ha enseñado como no quiero que me enseñen y como sí.  Creo que no solo está ahí para enseñarnos matemáticas, biología y un montón de folios impresos en tecnicismos, también está para enseñarnos a comportarnos y a convivir, aunque su forma de hacerlo sea una puta mierda.

A veces los demonios somos nosotros mismos. 

Nos quejamos de los profesores y de los exámenes. Yo también me quejo de la hipocresía y del poco respeto que nos tenemos unos a otros  a veces. Aunque ¿qué esperamos? Nos meten ahí y esperan que seamos un nido de paz y amor.

Desde los tres años, hasta que nos morimos nuestra vida se basa en aprender. Menuda puta mierda de aprender es esta ¿no? Normal que haya gente que tire la toalla, aunque sea por razones distintas como que un cigarrillo en el parque es mejor que un montón de fórmulas.

Tenemos una educación basada en la bulimia y en la competitividad. Aprendemos cosas, y las vomitamos delante de un folio para que alguien le ponga nota a lo que sabemos. Notas. Números. Nuestra vida son números. UN JODIDO EXAMEN DECIDE QUE PODREMOS HACER CON EL RESTO DE NUESTRA VIDA. Un mes estudiando como jodidos ratones de biblioteca para un examen, decidirá nuestra vida.

Eso solo si hacemos la selectividad. No todo el mundo tiene alguien que le diga que estudiar está bien, que le eduque en la razón, no todo el mundo tiene unos padres que le empujen hacia delante, que lo quieran. Y toda esa gente, ¿Qué? A la puta calle, porque, nadie les ha dicho que se quieran un poquito que piensen en el futuro.

No debería quejarme de lo que tenemos cuando nos quieren quitar hasta eso. El sistema educativo está podrido. Y para mejorarlo, le echan ácido sulfúrico. No debería quejarme, pero lo hago, porque estoy aquí para eso, para decir lo que quiero, y expresarme y luchar si hace falta  por lo que lucharon mis abuelos  y por lo que lucharan mis hijos. Cada uno con sus causas y razones. Me han criado para que sea justa, y fiel a lo que pienso, me han criado para tener moral, para no dejarme manipular, me han criado para que sea yo misma, me han criado para que sea por lo que sea, nunca me deje derrotar, me han criado dejando que descubra lo que pienso, no metiéndome en la cabeza ideas que no son mías, ni religiones que me aten a convencionalismos y a dogmas que me discriminan como lo que soy.

Me quiero a mi misma y  solo por eso, quiero algo mejor como educación para mí y para los demás. El sistema está hecho mierda.

Pero fuera de eso, a mi instituto, gracias. Porque él no tiene la culpa de las decisiones nefastas que toman los gobiernos, y lo hace lo mejor que puede. Gracias a mis profesores, por enseñarme, por instarme a seguir aprendiendo, gracias por hacerlo lo mejor que habéis podido. Gracias por intentarlo, por preocuparos. Gracias por dedicar vuestra vida a que yo empiece la mía con buen pie.

No os hago la pelota, os digo las cosas como son. Tanto si me ha gustado vuestra forma de trabajar como si no, gracias.

Os respeto como lo que sois, personas. Fuera de vuestro oficio y vuestra causa.


Gracias también a mis compañeros, tanto si os tengo un asco increíble como si os valoro de verdad. Porque viendo los errores que cometéis vosotros, soy capaz de ver los míos también. Estoy aquí para aprender, y como he dicho antes, no solo a formular y a hacer sintaxis.

¿Qué es el instituto para mí?  Un nido de ratas y peste. "


Se acomoda el pelo detrás de la oreja, le sonríe al director que la mira con la boca abierta, y cruza todo el auditorio para salir por la puerta con un sonido mecánico y sordo, todo lo que se supone que tenia que haber dicho, no lo ha dicho, ellos no querían sinceridad, querían mierdas envasadas al vacío. Fuera hace viento y el papel en sus manos se vuelva a saber dónde, sonríe y escucha el ruido de la ciudad más allá de esta calle. 

martes, 1 de abril de 2014

On the road.



Se pregunta a veces, entre curva y curva, roto y libre por dentro, cuál es exactamente su destino. Y después se ríe, con un brazo colgando de la ventanilla y medio cigarrillo pendido de sus largos dedos, la risa suya chocando contra el viento y los últimos rayos de sol dando de lleno en la luna del coche y cegando un poco sus ojos claros. Es la carretera, siempre ha sido ella, la que lo llama, la que lo induce, la que lo obnubila, la que, después de todo, siempre ha estado ahí.

Y suena triste- piensa a  veces- pero no lo es en absoluto.

Y la música que resuena fuerte contra los viejos y roídos, desgastados asientos de cuero, los mismos casetes de música, una y otra vez. Que ya son sus canciones, que ya es la banda sonora de su vida, esa que pondrán en su incineración, cuando sus huesos en cenizas se tornen.

Es su libertad, esa la de no ser de ninguna parte y que ninguna parte sea suya. “Una libertad un poco anclada a demasiadas cosas” se susurra siempre cuando tiende el edredón blanco sobre un colchón mal colocado en la parte de atrás de la camioneta. (Las estrellas son constantemente como puños, brillantes y lúcidas, consejeras y estables, ahí arriba)

No es que la luz sea más intensa ahora que solo conduce, ni que los colores son más brillantes. No es nada de eso, ni si quiera que la cama sea más cómoda a pesar de que cuando llueve se ve obligado a buscar el sueño entre los dos cotrosos asientos delanteros. No es eso tampoco, es solo que, lo vive todo más. Vivir. Sí, eso sí es. Solo le faltaba eso. La vida.

Y la ha encontrado.


Hecha de cigarrillos apagados contra el salpicadero, de un edredón blanco y podrido en la parte de atrás. Hecha de rayos de luz atravesando la luna, o de retrovisores reflejando su buen humor por la mañana. Está hecha de estrellas como puños, de un viaje interminable a quien sabe dónde, de lugares nuevos. Hecha de gente, de cultura.


 Hecha de él mismo sin más, nada de ‘él y un poco de los demás’




domingo, 16 de marzo de 2014

El sonido del fin.

Tiene el pico naranja, aletea como si le fuera la vida en ello –es cierto.
No se oyen las olas del mar, pero casi que me las puedo imaginar, permanentes, frías, constantes, rítmicas, espumosas, casi puedo hasta tocarlas ante mí, bañadas, por la luz del sol que se cuela entre las hojas verdes de este árbol tan antiguo y joven, al mismo tiempo –lo noto, si hablara sería como un libro de historias, de esas que van y nacen y mueren bajo sus raíces- Incluso las flores respiran, que se mueven como si hubiera música sonando al compás del viento y como si el susurro del agua cayendo de la tinaja fuera la letra.

No oigo su respiración, pero la intuyo, ahí, detrás de mí. Cierro los ojos, atenta y paciente, su imagen en mi cabeza no me abandona, apoyado en el tronco del árbol, estudiándome la espalda, imaginándose sus dedos entre mi pelo, que no es largo, pero es – como diría él- tentador. Se aparece en mi cabeza, como si lo sintiera, y no tengo que esperar mucho, porque ya me está tocando el hombro, sutil, como si fuera un susurro, un simple y dulce y cálido toque.

¿Cómo es el sonido del fin?- me pregunta.

Tiene la voz ronca, como si en cada letra estuviera impresa una lección de filosofía, como las tardes bajo el puente, estudiando a Marco Aurelio. Tengo la impresión de que es importante, susurras “fin” como si fuera tú casa, el sonido de tu hogar, una palabra a la que acudes cuando tienes la garganta estancada en llanto. Rebota tu susurrada pregunta en el tronco del arce y se cuela entre sus ramas, las raíces se embeben de tu voz.

No lo sé- musito, atontada.




Será como el sonido del océano insinuado, las flores bailando y el arce respirando palabras. Será como tu respiración detrás de mí oreja, como el tentador sonido del roce de la ropa, como el aleteo de tus pestañas, como el agua entre los dedos, será como la guerra muy lejana, como las enfermedades enterradas. Será como un pequeño mundo que suena todo a la vez y sin embargo se distingue todo tan bien, y a la vez, será como un sonido de nada, profunda y cercana, como el sonido del corazón palpitante que te acompaña en el interior del vientre de tu madre.
¿Cómo es el sonido del fin? No lo sé. 


sábado, 15 de marzo de 2014

Un huequito que no comprendes.


Un hueco aquí al lado, muy cerca de mí, permanece frío. Y aunque pase mi mano por encima, intentando transmitirle lo poquito de mí que da calor, sigue así, tan distante. Intento susurrarle palabras, bonitas y dulces, de esas palabras que te calientan las mejillas, que las vuelven carmesí, de esas que empujan tu barbilla hacia abajo y provocan una risa floja y sencilla. Sin embargo, sigue frío, como un lugar que está muy lejano a mí, aquí al lado. He probado a decirle palabras sucias, al oído, palabras que provocan sudores, y unas mariposas como de fuego a dentro de la tripa. Pero el hueco sigue ahí, tan frío y distante, tan, no se el qué, pero no calentito.

-          - No sé porque me cuentas esto Juls, ¿por qué lo haces? Haces cosas que no comprendo. ¿Por qué no te comprendo?

No puedes esperar que te responda a todo a la vez. Tengo demasiadas palabras aquí a dentro, en mi cabeza, como para saber cuál va con que pregunta y viceversa. De momento, creo que te lo cuento porque ese huequito aquí a mi lado, frío y distante, tan cerca y lejos a la vez, como un país en el mapa, eres tú. O eso creo, eres lo más parecido a un huequito frío y distante que conozco.

-          - Yo no soy distante y frío, Juls. Mira, tengo venas, el profe dijo que la sangre a dentro del cuerpo está calentita, ¿Cómo puedes decir que soy frío? Yo no soy frío.

Creo que no me has entendido del todo. 

- Sí, eso creo yo también. 





Sometimes, I just want to feel like a little bird, you know? Free and beautiful. Just it. If I can fly, the world been a best world, but I can't fly, and Im not a bird, and you don't understand me because the words are in my mind, but not in my mouth. 
Sometimes, in my head, you look at me and we dont need words to say what we want say, but its just in my head, so, can I go to my cold hollow? 
I

Era eso.

Era como un hueco en el pecho que menguaba y crecía según, quien sabe qué. Dolía a veces, casi siempre, cuando lo miraba tendido y huesudo sobre el colchón en el suelo, dolía porque no se supone que tuviera que ser así, y las cosas injustas duelen un poco más que el resto.

Eran sus ojos vacíos y llenos a la vez, perdidos, inmensos, rotundos, huecos, nadando por la pared calcificada que escalaba sobre el en esa habitación atestada de telarañas, roñosas y viejas telarañas.

Era la forma en que se sentía su cuerpo en un abrazo, como algo grande que se moría lentamente, una estrella tornando en agujero negro.

Eran sus palabras, grandes, gigantes, sus ideas de un mundo mejor, el sueño de toda una vida: historia, justicia, paz. Y se preguntaba cómo podían caber palabras tan grandes, en un cuerpo tan acabado y pequeño, y sumiso.

Era su forma de leer con velas, cerca de la ventana envuelto en su piel pálida que gritaba fuerza y parecía tan débil, eran sus pupilas, incesantes, moviéndose como un compás, bebiendo palabras, y frases y libros enteros.

Era su “a veces, me pierdo” que parecía tan claro y se entendía de forma tan complicada. Sus oídos sordos, su mandíbula tensa, sus rasgos, firmes y suaves, filosos, latentes. Sus parpados caídos, su intento de sonrisa, la duda y el miedo escalando hasta sus ojos que eran tan solo mares embebidos de historias rotas.

Era tal vez eso, lo que años después, cuando las flores, amarillas, tendidas sobre el colchón blanco hubieran marchitado, lo que recordaría de él. Porque lo demás, era seguramente, demasiado doloroso. El modo en el que le miraba, sus ojos gritando cosas que ni si quiera sabia o podía poner en palabras, el “ya no tengo miedo” que susurró aquella noche cuando la vela se consumió distante y fría en una esquina de la habitación. Los susurros roncos, y el momento en el que empezó a decir la verdad, porque los comienzos de los finales nunca le agradan a nadie. El “cuida de ella” que se repetía incesante en su cabeza junto a la canción de cuna que le tarareaba para que dejara de llorar, porque ahora, el miedo se había instalado en su corazón. Y aunque los huesos que se deshacían, fueran los suyos, él solo consolaba, porque duele más a quien dejas que a donde te marchas.

Era eso, y un mar de cosas más, como sus ojos, que eran distantes y fríos y te quemaban sin embargo y te abrigaban en invierno. Era eso, lo que recuerda porque el resto de cosas, se distorsionan como los dibujos a acuarela o como el reflejo de su rostro en el agua. Porque se a aferrado tanto a su rostro ardiente y frío en la memoria, a sus dedos frágiles y finos, como porcelana y a las palabras resonantes, grandes y alzadas sobre su memoria, se ha aferrado tanto, tanto a ellas, que ahora solo hay distorsión y el hueco grande, gigante en su pecho, que duele mucho, puta madre, duele mucho.


“Es eso- susurra todavía a veces por las noches, encima del colchón, aplastando las flores amarillas- perderse, ahora te entiendo” Y no hay más, solo una noche vacía y oscura, infinita y rotunda como el agujero negro en el que se convirtió la única estrella de su mundo particular. 

Y como se perdía y se hundía, cuando ya se hubo ido, poco a poco, poco a poco, joder.



Y recordaría también, en una última instancia, cuando ya ni flores, ni colchón, ni cielo quedara, recordaría sus muñecas, finas y huesudas, alrededor de su cuerpo, como pidiendo permiso, para irse para siempre, a donde no haya cáncer, ni muerte, ni un dolor infinito y sordo, hueco, distante en el pecho anclado.



"Muerto el perro, se acabó la rabia" Susurraste en un intento de hacerme reír cuando tu ya tenías la maleta hecha de recuerdos y un pie fuera de tu cuerpo. Era todo eso lo que ahora intento recordar, pero, puta mierda. 

martes, 4 de marzo de 2014

Non voglio andare, ma se non farà impazzire.

Lees sentado en el arcón. Y tus pupilas se agrandan bajo la luz tenue del atardecer que se cierne sobre la ventana, tirita el frío entre tus manos, que pasan despacio y temblando cada hoja. No sé en qué piensas cuando lees, siendo realistas, no sé en qué piensas nunca, ni lo sabré en ningún momento.

Tienes la espalda un poco curvada y los rayos de luz hacen sobra sobre tus piernas, la habitación parece quedársete pequeña y sin embargo tú pareces encontrarte en un vacío infinito entre lo que lees y lo que imaginas.

Este es de esos momentos que me gustaría recordar siempre, uno de esos que guardo bien adentro en mi cabeza para que se conserve a pesar de las telarañas, porque está el equilibrio justo entre mi ausencia y tu expansión y ojala fuera siempre así.

Ojala no se guardaran tantas cosas por decir en los libros que llenan las estanterías que te rodean.

La vida parece florecer en tu rostro y morir pocos segundos después en tu mirada, como el matasellos del correo a tu mente. Y mientras el sol declina y tus pupilas se dilatan y tu pie, disimuladamente, tiembla ante la estimulación del libro que sostienes en tus manos, yo, me alejo de la puerta.

Porque nunca estuvo bien espiar, y ya me lo dijo mi madre, y mi profesora de matemáticas en primer grado. Y ya lo sabía yo, pero, como me explico a mí misma, que esa es la única forma de ver lo que realmente eres sin tapujos y medias verdades dirigidas a mi cara. Un día dijiste, que nos queríamos tanto que nos estábamos matando. Hubiera deseado en ese momento, que no llevaras toda la razón, pero la llevas.

Guardas tantas cosas detrás del movimiento de tu mano al escribir una palabra, y la caída de tus ojos al hablar de forma sarcástica. Guardas tantas cosas en ese rincón de  tu mente lleno de telarañas, que al final, voy a mirarte y solo veo una gran mentira.

Supongo que tú ves lo mismo cuando me miras.

Por eso, y porque ni si quiera sé cuántos cuchillos sientes que se te clavan cuando la recuerdas a ella, por eso, y porque nunca me hablas sin filtros en la voz. Por eso y porque nos estamos matando, y porque tengo miedo de hablarte, me voy.

Y dejo encima de la tetera, la página del libro por el que nos peleamos aquella primera tarde en la biblioteca, y al que, tristemente, debería haber hecho más caso.

Cuando abro la puerta, las farolas afuera se están empezando a encender, llueve de forma primaveral en el portal de cada edificio, el sol ya se ha escondido, el vecino de arriba toca la fuga de Bach con el piano y tú gritas mi nombre justo antes, de que cierre la puerta.



La vida le había enseñado que las personas vivimos tanto de grandes y pequeñas mentiras como del aire. Decía que si fuésemos capaces de ver sin tapujos la realidad del mundo y de nosotros mismos durante un solo día, del amanecer al atardecer, nos quitaríamos la vida o perderíamos la razón.

– El juego del ángel - Carlos Ruiz Zafón

domingo, 2 de marzo de 2014

La poesía.

Me siento un poco mal. Porque la gente se pensó que yo era fuerte y tiró las palabras contra mí, porque, ‘oh, ella es fuerte, ella puede con todo, a ella esto y tal  y cual le da igual’ Y yo no soy fuerte, joder, soy débil y sencilla y soy arcilla entre las manos de todos, y me estáis deformando poco a poco. Y aunque me siento un poco mal siempre tengo la poesía.

Aquella que leíste un día y el viento la guardo entre sus alas como un cachorro recién nacido. Aquella que quedo en suspensión, como los créditos de la película que veíamos siempre por las tardes.

Tengo miedo de que la poesía se vaya, como lo hiciste tú, y como lo hace todo el mundo tarde o temprano.

Y creo que empiezo a olvidar el segundo verso, sinceramente.

Me preguntaste que, qué pensaba. Y yo te respondí, que qué pensaba sobre qué. Y ya no me acuerdo, pero sea lo que sea lo que te dijera, no lo pensaba realmente.

Ahora lo tengo un poco todo más claro, aunque no del todo. Y podría responderte, con  un poco de cordura, o eso creo.

Pienso, pienso que la gente conoce demasiado poco a la gente. Pienso que deberíamos conocernos más. Un poquito aunque sea.

Yo por ejemplo, soy fuerte, y sin embargo lloro cuando escribo esto. Yo por ejemplo, soy feliz, y sin embargo no me gusta volver a mi casa, porque siempre está vacía. Yo por ejemplo, hago como que no sé de dónde viene esto, pero lo sé perfectamente.

También me gustaría conocerlo a él. Y a ella. Y a el resto. Porque soy insegura, y dudo un poquito demasiado de todo el mundo.

También estoy un poquito demasiado cansada de tener miedo.

Y un poquito demasiado cansada de no hacer nada y hacer demasiadas cosas.

Pero, como he dicho al principio, todavía me queda la poesía.

Y aunque vuelvas, y te vayas, y tengas un viaje muy largo por delante y yo no vaya de copiloto, y aunque haga viento o sol o miles de tormentas nublen el país, y aunque pasen muchas cosas, va a quedar la poesía siempre, recordada al menos por el tiempo, suspendida como aquella tarde en el viento y duradera de tu voz ronca sostenida de cigarrillos. Siempre quedará ella, que será la última que se vaya, porque las poesías, como tu bien dijiste aquella mañana, son las últimas que se van. Y cuando yo ya esté hecha cenizas o por el contrario en una caja enterrada, sonará todavía la poesía las rendijas de tierra que me separen del viento que la recuerda.





'Considerado, amigo, que has pasado ya,
Como estas ahora, es como yo he estado,
Como estoy ahora, tú también deberías estar
Preparado, después, para seguirme.’

domingo, 23 de febrero de 2014

The say, but, they don't know nothing.

Dicen que el tiempo es el mejor truco de magia del mundo. 
Dicen que el tiempo parece que va a durar para siempre y cuando menos te lo esperas lo que ves es solo ilusión. 
Dicen que el tiempo es un concepto muy pequeño, y a la vez muy grande.
Dicen que el tiempo es un señor muy viejo. 
Dicen que el tiempo llora. 
Dicen que el tiempo quería ser libre, pero lo encadenaron. 
Dicen que el tiempo es un villano. 
Dicen que el tiempo vuela, pero también dicen que no tiene alas. 
Dicen que el tiempo no es la vida y que la vida no es tiempo, pero que sí son primos lejanos. 
Dicen que el tiempo es oro, pero que el oro no es tiempo. 
Dicen que el tiempo es como un buen tesoro, hay que saber gastarlo y no todo en lo mismo. 
Dicen que el tiempo es el mejor atleta del planeta. 
Y a veces, cuando hay casi lágrimas en mis ojos, yo me pregunto, qué fue de mi tiempo, y qué estará haciendo en éstos mismos momentos. 


Estoy asustada

Ella me tira de la chaqueta, tiene las manos tan pequeñitas que parecen las alas de un colibrí. Tira de la chaqueta y dice: “Mama mamá, ¿Dónde está papá?” Y no sé qué decirle. El asiento es muy incómodo y me sudan las manos. Me pregunto en que jodido momento se me ocurrió tener una hija en este condenado país, y con ese condenado muchacho, porque solo es un muchacho. Y no se va a ir, porque me prometió que estábamos juntos en esto, y él cumple sus promesas, incluso aquella de traerme un rosa blanca después de terminar las clases cada viernes, ¿Qué habrá sido de la universidad? Estará en llamas.

Me pitan los oídos todavía de la explosión y mi hija me tira de la manga de la chaqueta, la mochila me pesa demasiado y hay un hombre perdiendo mucha sangre delante de mí. No me gustaría morir en éste hospital. Quiero salir corriendo. Estoy asustada.

Cuando levanto la vista el hombre de la bata blanca manchada de marrón y rojo está delante de mí. Busco en sus ojos algo a lo que aferrarme y al segundo comprendo que solo me queda aferrarme al vacío. Mi muchacho no aparece por la puerta, mi querido muchacho, el cual tiene la mitad de su sangre regada en mi camiseta. Marrón  y rojo. Mi querido muchacho, mi querido muchacho. ¿Qué podía esperar de este sitio? Mi querido muchacho nunca tuvo suerte, en este país te hace falta un poco de eso. Marrón y rojo, los colores de la guerra.

Estoy asustada y mi querido muchacho ya no está en esta guerra.
En qué hora se me ocurrió meter a ella en esta mierda.
Estoy asustada.
Estoy perdida.
Y antes de querer darme cuenta, también estoy llorando.
Y mi querido muchacho, está muerto.
Jodida guerra.
Jodida bomba.
Jodidas y asquerosas personas con poder.
Su sangre mancha mis manos, y yo solo quiero salir de aquí.

Estoy asustada.