No tardarán en dar las nuevas noches
de abril pospuestas en el tiempo a un temporal más estable. Se hará del mundo un puzle y encajaremos las
piezas. El juguete ya no será nuevo, estará arreglado, pero siempre será un
juguete roto. Creceremos mitigando el dolor a esa punzada impremeditada en la
parte superior derecha de nuestro cansado y latiente corazón.
No habrá cura ni remedio a la pena por
una rotura tal. La tierra forma parte de
nosotros y no hay huesos que nos unan a ella, pero el dolor por ser quebrada es
tan o más intensa que por la fractura de una mano.
Nos cuidamos a nosotros mismos,
esperando a que llegue alguien que haga el favor de curar a los demás y de
forma irrevocable, terminamos cargando a nuestras espaldas el cargo de dirigir
una orquesta que no es la nuestra.
No se insiste cuando el truculento
mar, adquiere fuerza y se niega a llevar en sus lomos un velero. Tampoco cuando
las nubes ponen el mantel y te niegan el paso a las montañas. No se niega su
poder cuando, el sol y las marchitas flores de agosto toman poder.
Siendo así, fortuito nuestro paradero
en un punto insospechado de toda razón humana.
Como el rudo gemido de un alma vieja que se lanza a la
aventura, una vez más.