Vivimos en una eterna incertidumbre, y la única forma de asumir esa incertidumbre es a través del arte.

sábado, 30 de agosto de 2014

No hearth, no human.

No tardarán en dar las nuevas noches de abril pospuestas en el tiempo a un temporal más estable.  Se hará del mundo un puzle y encajaremos las piezas. El juguete ya no será nuevo, estará arreglado, pero siempre será un juguete roto. Creceremos mitigando el dolor a esa punzada impremeditada en la parte superior derecha de nuestro cansado y latiente corazón.

No habrá cura ni remedio a la pena por una rotura tal. La tierra  forma parte de nosotros y no hay huesos que nos unan a ella, pero el dolor por ser quebrada es tan o más intensa que por la fractura de una mano.
Nos cuidamos a nosotros mismos, esperando a que llegue alguien que haga el favor de curar a los demás y de forma irrevocable, terminamos cargando a nuestras espaldas el cargo de dirigir una orquesta que no es la nuestra.

No se insiste cuando el truculento mar, adquiere fuerza y se niega a llevar en sus lomos un velero. Tampoco cuando las nubes ponen el mantel y te niegan el paso a las montañas. No se niega su poder cuando, el sol y las marchitas flores de agosto toman poder.


Siendo así, fortuito nuestro paradero en un punto insospechado de toda razón humana. 

Como el rudo gemido de un alma vieja que se lanza a la aventura, una vez más. 



lunes, 25 de agosto de 2014

Y ya.

La casa estaba llena de rayos de luz atravesando motas de polvo, y tu mano colgaba desnuda e inerte del borde de la cama, tenías la boca abierta, como respirando en la eternidad del silencio y en la tranquilidad del espacio. Tus ojos abiertos miraban tranquilos y en paz hacia la ventana, donde las nubes se teñían de rosa y rojo y el cielo se tornaba un poco más oscuro. No era el momento, pero te habías ido. Y era la paz en tus ojos, la tranquilidad en tu cuerpo, tumbado y relajado, como durmiendo, en el silencio de la habitación, era eso, lo que seguramente, no me puso triste.

Te habías ido.


Simplemente.

Quiero creerlo.

Tengo amarrada la cuerda con las dos manos, una me tiembla, como si tuviera párkinson, la otra permanece serena, como muerta y estable.

En mi cabeza no hay nada y lucho por mantener los ojos abiertos, que se cierran con cada oleada de aire. Hace tres horas que se fueron corriendo y se resienten mis huesos al frio y al cansancio.

Empezó a llover hace treinta y tres minutos y parece que hay un altavoz bajo el lago impulsando a la superficie a saltar, la barca se mueve mucho, y la noche cae sobre los árboles. Ya ni si quiera oigo a los pájaros, cantar desde las ramas.


Echo de menos mi cama. Y las flores. Y el calor. Y echo de menos que ellos vuelvan, me han dejado sola. Suelto la cuerda de la barca, ya no merece la pena mantenerla aquí, ellos no están, o están pero muertos, o están pero lejos. Caigo sobre el fango y me mancho la ropa, creo que me duermo, o me muero, o me voy lentamente. 

Cuando despierte, el mundo será fácil y luminoso, la lluvia caerá fina, el sol será cálido y no abrasador. Habrá amor y no hambre. Cuando despierte, no habrá asesinos, ni gente desaparecida, ellos habrán vuelto, mis padres estarán vivos, y los supervisores de los hogares de acogida no querrán tocarte debajo de la falda. Cuando despierte, nadie necesitara huir de ninguna parte. Cuando lo haga, nadie morirá de sed, ni de calor, ni de frío. Cuando despierte, nadie estará solo, y la tierra será generosa, al igual que el resto de la humanidad. Cuando despierte la gente llorará pero de risa, el único dolor que sentirá será de las cosquillas en la tripa, no habrá malos, solo buenos. Cuando despierte no habrá pobreza, solo una paz infinita que se extiende poco a poco. Cuando despierte no habrá peleas de bar, ni cristales rotos junto a mi cama, ni cigarrillos apagados en el brazo, cuando despierte, tu, el que lees, estarás bien y yo, la que llora y duerme, también. 

Quiero creerlo. Quiero creer que será así, que todo estará bien. Porque se lo prometí a el y a ella y ahora que están fuera de aquí, quiero creer que es posible.