Vivimos en una eterna incertidumbre, y la única forma de asumir esa incertidumbre es a través del arte.

lunes, 25 de mayo de 2015

¿Y tú? ¿Qué opinas?

Hablan de política, de sociedad, de capitalismo. Todo el mundo habla de lo que cree que dominaría el mundo mejor, discuten, se gritan. Todos quieren llevar razón. El problema es que no se trata de eso, no se trata de llevar la razón, de ganar, ¿ganar el qué? Se supone que estamos aquí para vivir en armonía con el resto de seres vivos. Se trata de eso: Armonía. Un equilibrio entre la Tierra y los seres vivos. En cuanto nos cargamos esa armonía, ese equilibrio, la balanza se desequilibra:  muchos pierden, pocos ganan.

Llevamos siglos matándonos por tierras que ni si quiera son nuestras, por religiones, por cosas que no sabemos a ciencia cierta, ¿De verdad merece la pena matar por algo de lo que no tienes pruebas? Ya no se trata de quien es más listo que quién.

Hemos evolucionado hasta la forma humana y nos hemos estancado en el cerebro de neandertal. El humano es un ser social, vivimos en comunidad, en vez de protegernos entre nosotros de amenazas exteriores, nos matamos dentro de casa. Vivimos en una continua y eterna guerra civil.

La comunidad se basa en dar y recibir, no coger más de lo necesario, ser generoso pero no tonto. La vida debería regirse por el “te cuido, me cuidas”. La codicia y el poder son rudimentarios, no estamos aquí eternamente. Nos estamos cavando una fosa común entre todos, ¿es que no aprendemos de los errores del pasado? ¿Es que no valoramos las vidas que se perdieron por conseguir lo que ahora estamos tirando por el desagüe?

La regla del más fuerte aquí ya no sirve, no somos animales, no estamos en la selva. Pertenecemos a la especie humana, matar al de al lado para quitarle el petróleo, porque no tiene una misma opinión religiosa o para explotarlo: No es honesto, humano, ético.

Y aun así nadie hace nada para cambiar esta isla de plástico en la que nos estamos pudriendo. Después de escribir esto yo me quedaré tranquila y seguiré preocupada por mis exámenes de mañana; y mientras tanto, nos morimos poco a poco. ¡Es que no se trata de eso! ¡No es eso!

Izquierdas, derechas, conservador, liberal, verde, republicano, monárquico. ¿Cuándo entenderemos, cuándo, que se trata de cuidarnos entre todos, no de perseguir un solo objetivo, de un solo grupo de personas? Ni es matar a la gente a trabajar, ni es cortarles la cabeza a los burgueses.

Es educar para la libertad de expresión, educar para la solidaridad, para la paz. Es educar por y para los derechos de cada uno y de todos en conjunto.
No de combatir guerra con más guerra. Es simple: No le echas sal a algo que está salado. No resucitas a un ahogado llenándole los pulmones de agua.

Hay un orden en la historia, ha llegado el momento de dejar atrás el matar por si me matan. El robar millones por pura codicia, el mentir. Ha llegado el momento, después de tantísimas guerras, de tantísima sangre derramada, de abrirle la puerta a la palabra, al dialogar.

Lo primero es dar ejemplo. No mates, no robes, no mientas, si lo que esperas es que el resto no roben, no maten, no mientan. “No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti” es una frase trillada, pero es terriblemente cierta. Una madre no le dice a su hijo que no rompa un vaso, y después lo rompe ella. Es ético.

Somos 7 mil millones de personas en el planeta. Sólo una tercera parte de toda esa población dispone de los recursos que éste nos ofrece, sólo. Solo una tercera parte de esa población, se está engullendo toda la comida, el agua, el petróleo, los minerales, y ya de paso, todos los bosques. Dime, estás dispuesto a dejar que nos carguemos a dos terceras partes de la población del planeta tierra, y además agotar todos los recursos que hay. A mí me parece una completa aberración, una falta de sentido común. Pero claro: Como cuando todo esto pase, ya estaré muerto, pues me da igual. Muy bien.

Ojala y pudiéramos experimentar lo que es ser la víctima y no el verdugo, para ver, qué es realmente, lo que importa en la vida, y lo que no. 



Si quieres, por lo menos, colaborar entra en: https://www.change.org/ Gracias. 

domingo, 17 de mayo de 2015

Silencio.



No puedo dormir. La marihuana no me hace efecto. Mañana volveré a llegar tarde, ya no me angustia, ya no.
Me hago una paja cuestionándolo todo. Analizándome. 
El trabajo me produce un gran vacío, me asusta su dominio, el mecanismo roto. 
Me caliento ficcionando imágenes inducidas. Mi mente me guía atropellada hacia una fantasía recurrente impuesta por misóginos discursos religiosos, telediarios de sobremesa y porno-basura en general. 
Hace unos días volví a discutir con mi madre. Las relaciones humanas son tremendamente complejas. El pensamiento es traidor y rastrero. No tengo que demostrarle nada a nadie, ni si quiera a mí.
No sé porque me he castigado tanto. Cobarde. 
Febril y animal gimes desgarrando con tus miembros líquidos la almohada muda. Recuerdo el día en que empecé a perder. Me corro con violencia y lloro.
Desfallezco cuando me hace efecto el trankimazin.
El móvil vibra atroz sobre la repisa. Mi cuerpo se yergue solo, levita por la cama y detiene certero la vil sirena. Diez minutos más y me incorporo de un salto a la vida.
Me pongo sin remordimiento alguno la misma ropa de ayer, si me paro a pensar que ropa llevar podría ser mi fin. Eso si, elijo con cuidado y precisión los calzoncillos.
Es hora de irse. Comienza el infierno.
Las puertas se cierran como guillotinas, acaricio con las pestañas el cristal. El ácido y amargo perfume a testosterona, a sabana usada, caliente, me pone de punta. Me da asco respirar. 
Finalmente llego tarde, sudando y de los nervios. De hoy no pasa que arregle la bici, el metro es insoportable.
Es asquerosamente retorcido pensar que es esto lo que me hace levantarme cada día, morir un poco. 
Todo lo que siempre he querido hacer no es más que un sueño romántico de lo que me gustaría poder ser.
El frío se adhiere a la piel, penetra intruso. 
Las furias me chillan rabiosas verdades que no quiero oír y el estado me subvenciona la más potente droga contra el dolor, veinte miligramos diarios de sonrisa hueca, de olvido roto. Sonrío para no desbordar mi pupila que cae. Sonrío el dolor latente que me paraliza.
Hace días que no oigo el sonido de mi voz. Ya no creo en nada.