Se nos llena la boca de palabras. Gozamos del porvenir que
nuestros padres nos han proporcionado, buscamos una vía para conseguir aquello
que sueñan nuestros cuerpos calientes en un hogar abrigado del frío. Nos hemos
amamantado de un mundo nuevo del que nadie conoce las reglas. No conozco el
destino, el camino, la razón.
Y es que nos ponemos una venda en los ojos y caminamos a
ciegas, somos ignorantes en una pecera sin tiburones, pensando que estamos a
mar abierto. Nos han dormido tantas veces con algodones y gasas, que dormir
sobre el esparto frío no entra dentro de nuestra concepción de realidad. Pero
existe.
Existe un mundo inimaginable lleno de sufrimiento. Un mundo
que es nuestro, pero lo repudiamos.
Solo nos interesa el metro cuadrado de
propiedades que tenemos en el banco. Que solo vemos los problemas cuando los
tenemos en la cara. Desde la lejanía el dolor no tiene olor a sangre. Somos
unos cobardes. Y aunque vamos de listos, no tenemos ni idea de lo que significa
creer que has nacido para ser carne de cañón. Es verdad que nuestros abuelos lo
vivieron hace tan solo sesenta años, pero olvidamos rápido, lo que nos
conviene.
Escribo esto desde el dolor que me provocan las noticias de
las dos de la tarde, la radio a las ocho de la mañana, infinidad de noticias al
azar. Parece que se nos ha subido la soberbia a la cabeza. Y a nadie parece que
el corazón le sangre cuando ve gente morir en las fronteras de su país. Que ya
lo decía Kevin Carter, que no tenéis ni idea de lo que es aquello. Yo tampoco
lo sé. Pero nadie se toma la molestia de intentar cambiarlo. Creemos que no
está en nuestra mano, pero es una creencia que se acomoda mucho a nuestras
preferencias.
Y luego está la gente que se toma la irrespetuosa libertad
de decir que “pasa de política”, o todavía peor, la que dice que todo lo que
pase fuera de tu país no es su problema. Parece que nos olvidamos que nos somos
los verdugos de nadie, ni tenemos licencia para serlo. Nadie te ha pedido que des
tu vida por alguien, tan solo no lances al vacío las esperanzas de miles de
personas.
Cuando digo que el ser humano solo ve los problemas cuando
los tiene en la cara, digo que nos hemos hundido en una realidad de utópica
felicidad y que solo nos sacan al exterior cuando entra un virus en nuestro
sistema. Mientras que hay miles de personas que mueren día a día de Ebola,
cometemos la enorme desfachatez de preocuparnos solo por nosotros. Cuando el
peligro pasa, ya nadie recuerda la muerte fuera de sus murallas, el dolor
cruzando la orilla hacia otro continente. Es que somos egoístas hasta decir
basta. Y seguimos creyendo, que si hay gente que salta vallas por activa y por
pasiva, sea como sea. Que pone a su hijo en una patera, a la deriva en el mar.
Seguimos creyendo que es porque sí, porque les apetece. ¿No será porque el
destino que tienen de poder morir ahogados es mejor que el de quedarse en un
país que les mata de hambre o de guerra? ¿No será que es su única vía de
escape? Y aun así ponemos concertinas en
las vallas, y aun así en cuanto rescatamos a madres medio ahogadas las metemos
en una cárcel de reclusión para inmigrantes, donde perecen de enfermedades que
nadie se preocupa de no contagiarles.
Pero claro, cuando la gente se empieza a morir de hambre en
tu propio país, cuando se quedan sin casa, cuando tus hijos se tienen que
buscar el porvenir explotados en un país que se las da de ser mejor que el
tuyo. Ahí sí que levantas la cabeza del regazo y protestas. Qué pena, que tenga que pasar todo esto en la
puerta de tu casa para que te des cuenta de que nadie va a hacer nada por ti,
de la misma manera que tú no hiciste nada por nadie.