Vivimos en una eterna incertidumbre, y la única forma de asumir esa incertidumbre es a través del arte.

jueves, 10 de octubre de 2013

Diario de un borracho.


Cuento mis días en botellas y mis penas en  monedas. Cuento las pisadas de la gente cuando pasan caminando al lado de mi cabeza. Pienso y existo y miro y busco algo un poco humano en el resto de los demás. Todavía no he encontrado nada.

También cuento las miradas, aunque no las cuento con los dedos, porque son demasiadas. Hay muchas de pena, y otras de impotencia. Aunque siendo sinceros la mayoría son de asco.

Muchas veces me planteo la forma en la que deben de verme, y si yo fuera ellos no dejaría ni un céntimo en el vaso de plástico que tengo delante.

Ayer me vi. Fue como un relámpago, nada duradero, un pequeño segundo de una larga vida, pero me vi. Un par de hombres pasaban transportando un espejo delante de mí. En ese momento, tuve ganas de llorar.

Puedo contar mis posesiones con los dedos de las manos, y me parecen demasiadas.
Una mujer me preguntó el otro día porque no quería salir de la pobreza. No le respondí.

No supe hacerlo pues, después de tanto tiempo todavía no tenía una respuesta para eso. Podría responderle a cualquier pregunta, menos a esa. De vez en cuando, en el momento en el que no queda más que el culo de la botella de cerveza barata, y la noche a caído para todos hasta llegar a mi pequeño y andrajoso portal, en ese momento, canto. Canto con la voz clara, y las cuerdas vocales de un niño de  diez años, canto para las estrellas que viven ahí arriba, que no tienen la necesidad de hacerlo aquí abajo. Canto como protesta, por si alguien se digna a escucharme como otra cosa que no sea un asqueroso borracho. Y sobre todo, canto para mí. Para mis recuerdos y para mi mente. Canto las tablas de multiplicar y las fórmulas de física que aprendí en la universidad. Canto historias de dioses y de literatura antigua. Canto la composición de la cerveza y canto mi vida y mi nombre.

Y  cuando canto, oh, cuando canto me siento persona y no borracho.

Por eso, anoche, mientras cantaba una antigua canción que hacia burla a la gente rica y un niño paso junto a su madre con un móvil en la mano y quejándose porque esa noche no quiere cenar lentejas, y me miro asombrado al pasar enfrente y su madre le dio una colleja y le echo la bronca porque no tenía que mirarme. Lo supe.

Supe la respuesta a aquella mujer. Supe porque no quería salir de la pobreza. Y oh, la respuesta llegó tal cual un cubo de agua fría, una verdad que me golpeó el estómago y me dejo sin aliento, una verdad tan irrefutable como que tengo dos ojos y una nariz. Y me gustaría haberlo gritado si no supiera que me fallaría la voz, me gustaría haber gritado, que he perdido la fe en la humanidad.

Y por eso cuando la calle se queda vacía y mi botella similar, rompo a llorar. Y me siento como un niño pequeño, que llora porque no quiere cenar lentejas. Y como el chico al que le han roto el corazón. Y lloro por todo eso por lo que no he llorado nunca, mi familia, mis amigos, mi vida. Y lloro por tener más fe en una botella que en la humanidad. Y lloro porque me siento solo, y desarropado, y a la deriva.  Y mientras tanto, canto. Canto para mí y para nadie más.

En lo más profundo del prado, allí, bajo el sauce,
Hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
Recuéstate en ella, cierra los ojos sin miedo
Y, cuando los abras, el sol estará en el cielo.

Este sol te protege y te da calor,
Las margaritas te cuidan y te dan amor,
Tu sueños son dulces y se harán realidad
Y mi amor por ti aquí perdurará.

En lo más profundo del prado, bien oculta,
Hay una capa de hojas, un rayo de luna
Olvida tus penas y calma tu alma,
Pues por la mañana todo estará en calma.

Este sol te protege y te da calor,
Las margaritas te cuidan y te dan amor.
Tus sueños son dulces y se harán realidad

Y mi amor por ti aquí perdurará.





Y finalmente le di un trago largo a mi, tal vez demasiado pequeña, botella de ron. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

gotas llenas de sentimiento