Cuento mis días en botellas y mis penas en monedas. Cuento las pisadas de la gente
cuando pasan caminando al lado de mi cabeza. Pienso y existo y miro y busco
algo un poco humano en el resto de los demás. Todavía no he encontrado nada.
También cuento las miradas, aunque no las cuento con los
dedos, porque son demasiadas. Hay muchas de pena, y otras de impotencia. Aunque
siendo sinceros la mayoría son de asco.
Muchas veces me planteo la forma en la que deben de verme, y
si yo fuera ellos no dejaría ni un céntimo en el vaso de plástico que tengo
delante.
Ayer me vi. Fue como un relámpago, nada duradero, un pequeño
segundo de una larga vida, pero me vi. Un par de hombres pasaban transportando
un espejo delante de mí. En ese momento, tuve ganas de llorar.
Puedo contar mis posesiones con los dedos de las manos, y me
parecen demasiadas.
Una mujer me preguntó el otro día porque no quería salir de
la pobreza. No le respondí.
No supe hacerlo pues, después de tanto tiempo todavía no
tenía una respuesta para eso. Podría responderle a cualquier pregunta, menos a
esa. De vez en cuando, en el momento en el que no queda más que el culo de la
botella de cerveza barata, y la noche a caído para todos hasta llegar a mi
pequeño y andrajoso portal, en ese momento, canto. Canto con la voz clara, y
las cuerdas vocales de un niño de diez
años, canto para las estrellas que viven ahí arriba, que no tienen la necesidad
de hacerlo aquí abajo. Canto como protesta, por si alguien se digna a
escucharme como otra cosa que no sea un asqueroso borracho. Y sobre todo, canto
para mí. Para mis recuerdos y para mi mente. Canto las tablas de multiplicar y
las fórmulas de física que aprendí en la universidad. Canto historias de dioses
y de literatura antigua. Canto la composición de la cerveza y canto mi vida y
mi nombre.
Y cuando canto, oh,
cuando canto me siento persona y no borracho.
Por eso, anoche, mientras cantaba una antigua canción que
hacia burla a la gente rica y un niño paso junto a su madre con un móvil en la
mano y quejándose porque esa noche no quiere cenar lentejas, y me miro
asombrado al pasar enfrente y su madre le dio una colleja y le echo la bronca
porque no tenía que mirarme. Lo supe.
Supe la respuesta a aquella mujer. Supe porque no quería
salir de la pobreza. Y oh, la respuesta llegó tal cual un cubo de agua fría,
una verdad que me golpeó el estómago y me dejo sin aliento, una verdad tan
irrefutable como que tengo dos ojos y una nariz. Y me gustaría haberlo gritado
si no supiera que me fallaría la voz, me gustaría haber gritado, que he perdido
la fe en la humanidad.
Y por eso cuando la calle se queda vacía y mi botella
similar, rompo a llorar. Y me siento como un niño pequeño, que llora porque no
quiere cenar lentejas. Y como el chico al que le han roto el corazón. Y lloro
por todo eso por lo que no he llorado nunca, mi familia, mis amigos, mi vida. Y
lloro por tener más fe en una botella que en la humanidad. Y lloro porque me
siento solo, y desarropado, y a la deriva. Y mientras tanto, canto. Canto para mí y para
nadie más.
En lo más profundo del prado, allí, bajo el sauce,
Hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
Recuéstate en ella, cierra los ojos sin miedo
Y, cuando los abras, el sol estará en el cielo.
Este sol te protege y te da calor,
Las margaritas te cuidan y te dan amor,
Tu sueños son dulces y se harán realidad
Y mi amor por ti aquí perdurará.
En lo más profundo del prado, bien oculta,
Hay una capa de hojas, un rayo de luna
Olvida tus penas y calma tu alma,
Pues por la mañana todo estará en calma.
Este sol te protege y te da calor,
Las margaritas te cuidan y te dan amor.
Tus sueños son dulces y se harán realidad
Y mi amor por ti aquí perdurará.
Y finalmente le di un trago largo a mi, tal vez demasiado pequeña, botella de ron.
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gotas llenas de sentimiento