Vivimos en una eterna incertidumbre, y la única forma de asumir esa incertidumbre es a través del arte.

domingo, 16 de marzo de 2014

El sonido del fin.

Tiene el pico naranja, aletea como si le fuera la vida en ello –es cierto.
No se oyen las olas del mar, pero casi que me las puedo imaginar, permanentes, frías, constantes, rítmicas, espumosas, casi puedo hasta tocarlas ante mí, bañadas, por la luz del sol que se cuela entre las hojas verdes de este árbol tan antiguo y joven, al mismo tiempo –lo noto, si hablara sería como un libro de historias, de esas que van y nacen y mueren bajo sus raíces- Incluso las flores respiran, que se mueven como si hubiera música sonando al compás del viento y como si el susurro del agua cayendo de la tinaja fuera la letra.

No oigo su respiración, pero la intuyo, ahí, detrás de mí. Cierro los ojos, atenta y paciente, su imagen en mi cabeza no me abandona, apoyado en el tronco del árbol, estudiándome la espalda, imaginándose sus dedos entre mi pelo, que no es largo, pero es – como diría él- tentador. Se aparece en mi cabeza, como si lo sintiera, y no tengo que esperar mucho, porque ya me está tocando el hombro, sutil, como si fuera un susurro, un simple y dulce y cálido toque.

¿Cómo es el sonido del fin?- me pregunta.

Tiene la voz ronca, como si en cada letra estuviera impresa una lección de filosofía, como las tardes bajo el puente, estudiando a Marco Aurelio. Tengo la impresión de que es importante, susurras “fin” como si fuera tú casa, el sonido de tu hogar, una palabra a la que acudes cuando tienes la garganta estancada en llanto. Rebota tu susurrada pregunta en el tronco del arce y se cuela entre sus ramas, las raíces se embeben de tu voz.

No lo sé- musito, atontada.




Será como el sonido del océano insinuado, las flores bailando y el arce respirando palabras. Será como tu respiración detrás de mí oreja, como el tentador sonido del roce de la ropa, como el aleteo de tus pestañas, como el agua entre los dedos, será como la guerra muy lejana, como las enfermedades enterradas. Será como un pequeño mundo que suena todo a la vez y sin embargo se distingue todo tan bien, y a la vez, será como un sonido de nada, profunda y cercana, como el sonido del corazón palpitante que te acompaña en el interior del vientre de tu madre.
¿Cómo es el sonido del fin? No lo sé. 


sábado, 15 de marzo de 2014

Un huequito que no comprendes.


Un hueco aquí al lado, muy cerca de mí, permanece frío. Y aunque pase mi mano por encima, intentando transmitirle lo poquito de mí que da calor, sigue así, tan distante. Intento susurrarle palabras, bonitas y dulces, de esas palabras que te calientan las mejillas, que las vuelven carmesí, de esas que empujan tu barbilla hacia abajo y provocan una risa floja y sencilla. Sin embargo, sigue frío, como un lugar que está muy lejano a mí, aquí al lado. He probado a decirle palabras sucias, al oído, palabras que provocan sudores, y unas mariposas como de fuego a dentro de la tripa. Pero el hueco sigue ahí, tan frío y distante, tan, no se el qué, pero no calentito.

-          - No sé porque me cuentas esto Juls, ¿por qué lo haces? Haces cosas que no comprendo. ¿Por qué no te comprendo?

No puedes esperar que te responda a todo a la vez. Tengo demasiadas palabras aquí a dentro, en mi cabeza, como para saber cuál va con que pregunta y viceversa. De momento, creo que te lo cuento porque ese huequito aquí a mi lado, frío y distante, tan cerca y lejos a la vez, como un país en el mapa, eres tú. O eso creo, eres lo más parecido a un huequito frío y distante que conozco.

-          - Yo no soy distante y frío, Juls. Mira, tengo venas, el profe dijo que la sangre a dentro del cuerpo está calentita, ¿Cómo puedes decir que soy frío? Yo no soy frío.

Creo que no me has entendido del todo. 

- Sí, eso creo yo también. 





Sometimes, I just want to feel like a little bird, you know? Free and beautiful. Just it. If I can fly, the world been a best world, but I can't fly, and Im not a bird, and you don't understand me because the words are in my mind, but not in my mouth. 
Sometimes, in my head, you look at me and we dont need words to say what we want say, but its just in my head, so, can I go to my cold hollow? 
I

Era eso.

Era como un hueco en el pecho que menguaba y crecía según, quien sabe qué. Dolía a veces, casi siempre, cuando lo miraba tendido y huesudo sobre el colchón en el suelo, dolía porque no se supone que tuviera que ser así, y las cosas injustas duelen un poco más que el resto.

Eran sus ojos vacíos y llenos a la vez, perdidos, inmensos, rotundos, huecos, nadando por la pared calcificada que escalaba sobre el en esa habitación atestada de telarañas, roñosas y viejas telarañas.

Era la forma en que se sentía su cuerpo en un abrazo, como algo grande que se moría lentamente, una estrella tornando en agujero negro.

Eran sus palabras, grandes, gigantes, sus ideas de un mundo mejor, el sueño de toda una vida: historia, justicia, paz. Y se preguntaba cómo podían caber palabras tan grandes, en un cuerpo tan acabado y pequeño, y sumiso.

Era su forma de leer con velas, cerca de la ventana envuelto en su piel pálida que gritaba fuerza y parecía tan débil, eran sus pupilas, incesantes, moviéndose como un compás, bebiendo palabras, y frases y libros enteros.

Era su “a veces, me pierdo” que parecía tan claro y se entendía de forma tan complicada. Sus oídos sordos, su mandíbula tensa, sus rasgos, firmes y suaves, filosos, latentes. Sus parpados caídos, su intento de sonrisa, la duda y el miedo escalando hasta sus ojos que eran tan solo mares embebidos de historias rotas.

Era tal vez eso, lo que años después, cuando las flores, amarillas, tendidas sobre el colchón blanco hubieran marchitado, lo que recordaría de él. Porque lo demás, era seguramente, demasiado doloroso. El modo en el que le miraba, sus ojos gritando cosas que ni si quiera sabia o podía poner en palabras, el “ya no tengo miedo” que susurró aquella noche cuando la vela se consumió distante y fría en una esquina de la habitación. Los susurros roncos, y el momento en el que empezó a decir la verdad, porque los comienzos de los finales nunca le agradan a nadie. El “cuida de ella” que se repetía incesante en su cabeza junto a la canción de cuna que le tarareaba para que dejara de llorar, porque ahora, el miedo se había instalado en su corazón. Y aunque los huesos que se deshacían, fueran los suyos, él solo consolaba, porque duele más a quien dejas que a donde te marchas.

Era eso, y un mar de cosas más, como sus ojos, que eran distantes y fríos y te quemaban sin embargo y te abrigaban en invierno. Era eso, lo que recuerda porque el resto de cosas, se distorsionan como los dibujos a acuarela o como el reflejo de su rostro en el agua. Porque se a aferrado tanto a su rostro ardiente y frío en la memoria, a sus dedos frágiles y finos, como porcelana y a las palabras resonantes, grandes y alzadas sobre su memoria, se ha aferrado tanto, tanto a ellas, que ahora solo hay distorsión y el hueco grande, gigante en su pecho, que duele mucho, puta madre, duele mucho.


“Es eso- susurra todavía a veces por las noches, encima del colchón, aplastando las flores amarillas- perderse, ahora te entiendo” Y no hay más, solo una noche vacía y oscura, infinita y rotunda como el agujero negro en el que se convirtió la única estrella de su mundo particular. 

Y como se perdía y se hundía, cuando ya se hubo ido, poco a poco, poco a poco, joder.



Y recordaría también, en una última instancia, cuando ya ni flores, ni colchón, ni cielo quedara, recordaría sus muñecas, finas y huesudas, alrededor de su cuerpo, como pidiendo permiso, para irse para siempre, a donde no haya cáncer, ni muerte, ni un dolor infinito y sordo, hueco, distante en el pecho anclado.



"Muerto el perro, se acabó la rabia" Susurraste en un intento de hacerme reír cuando tu ya tenías la maleta hecha de recuerdos y un pie fuera de tu cuerpo. Era todo eso lo que ahora intento recordar, pero, puta mierda. 

martes, 4 de marzo de 2014

Non voglio andare, ma se non farà impazzire.

Lees sentado en el arcón. Y tus pupilas se agrandan bajo la luz tenue del atardecer que se cierne sobre la ventana, tirita el frío entre tus manos, que pasan despacio y temblando cada hoja. No sé en qué piensas cuando lees, siendo realistas, no sé en qué piensas nunca, ni lo sabré en ningún momento.

Tienes la espalda un poco curvada y los rayos de luz hacen sobra sobre tus piernas, la habitación parece quedársete pequeña y sin embargo tú pareces encontrarte en un vacío infinito entre lo que lees y lo que imaginas.

Este es de esos momentos que me gustaría recordar siempre, uno de esos que guardo bien adentro en mi cabeza para que se conserve a pesar de las telarañas, porque está el equilibrio justo entre mi ausencia y tu expansión y ojala fuera siempre así.

Ojala no se guardaran tantas cosas por decir en los libros que llenan las estanterías que te rodean.

La vida parece florecer en tu rostro y morir pocos segundos después en tu mirada, como el matasellos del correo a tu mente. Y mientras el sol declina y tus pupilas se dilatan y tu pie, disimuladamente, tiembla ante la estimulación del libro que sostienes en tus manos, yo, me alejo de la puerta.

Porque nunca estuvo bien espiar, y ya me lo dijo mi madre, y mi profesora de matemáticas en primer grado. Y ya lo sabía yo, pero, como me explico a mí misma, que esa es la única forma de ver lo que realmente eres sin tapujos y medias verdades dirigidas a mi cara. Un día dijiste, que nos queríamos tanto que nos estábamos matando. Hubiera deseado en ese momento, que no llevaras toda la razón, pero la llevas.

Guardas tantas cosas detrás del movimiento de tu mano al escribir una palabra, y la caída de tus ojos al hablar de forma sarcástica. Guardas tantas cosas en ese rincón de  tu mente lleno de telarañas, que al final, voy a mirarte y solo veo una gran mentira.

Supongo que tú ves lo mismo cuando me miras.

Por eso, y porque ni si quiera sé cuántos cuchillos sientes que se te clavan cuando la recuerdas a ella, por eso, y porque nunca me hablas sin filtros en la voz. Por eso y porque nos estamos matando, y porque tengo miedo de hablarte, me voy.

Y dejo encima de la tetera, la página del libro por el que nos peleamos aquella primera tarde en la biblioteca, y al que, tristemente, debería haber hecho más caso.

Cuando abro la puerta, las farolas afuera se están empezando a encender, llueve de forma primaveral en el portal de cada edificio, el sol ya se ha escondido, el vecino de arriba toca la fuga de Bach con el piano y tú gritas mi nombre justo antes, de que cierre la puerta.



La vida le había enseñado que las personas vivimos tanto de grandes y pequeñas mentiras como del aire. Decía que si fuésemos capaces de ver sin tapujos la realidad del mundo y de nosotros mismos durante un solo día, del amanecer al atardecer, nos quitaríamos la vida o perderíamos la razón.

– El juego del ángel - Carlos Ruiz Zafón

domingo, 2 de marzo de 2014

La poesía.

Me siento un poco mal. Porque la gente se pensó que yo era fuerte y tiró las palabras contra mí, porque, ‘oh, ella es fuerte, ella puede con todo, a ella esto y tal  y cual le da igual’ Y yo no soy fuerte, joder, soy débil y sencilla y soy arcilla entre las manos de todos, y me estáis deformando poco a poco. Y aunque me siento un poco mal siempre tengo la poesía.

Aquella que leíste un día y el viento la guardo entre sus alas como un cachorro recién nacido. Aquella que quedo en suspensión, como los créditos de la película que veíamos siempre por las tardes.

Tengo miedo de que la poesía se vaya, como lo hiciste tú, y como lo hace todo el mundo tarde o temprano.

Y creo que empiezo a olvidar el segundo verso, sinceramente.

Me preguntaste que, qué pensaba. Y yo te respondí, que qué pensaba sobre qué. Y ya no me acuerdo, pero sea lo que sea lo que te dijera, no lo pensaba realmente.

Ahora lo tengo un poco todo más claro, aunque no del todo. Y podría responderte, con  un poco de cordura, o eso creo.

Pienso, pienso que la gente conoce demasiado poco a la gente. Pienso que deberíamos conocernos más. Un poquito aunque sea.

Yo por ejemplo, soy fuerte, y sin embargo lloro cuando escribo esto. Yo por ejemplo, soy feliz, y sin embargo no me gusta volver a mi casa, porque siempre está vacía. Yo por ejemplo, hago como que no sé de dónde viene esto, pero lo sé perfectamente.

También me gustaría conocerlo a él. Y a ella. Y a el resto. Porque soy insegura, y dudo un poquito demasiado de todo el mundo.

También estoy un poquito demasiado cansada de tener miedo.

Y un poquito demasiado cansada de no hacer nada y hacer demasiadas cosas.

Pero, como he dicho al principio, todavía me queda la poesía.

Y aunque vuelvas, y te vayas, y tengas un viaje muy largo por delante y yo no vaya de copiloto, y aunque haga viento o sol o miles de tormentas nublen el país, y aunque pasen muchas cosas, va a quedar la poesía siempre, recordada al menos por el tiempo, suspendida como aquella tarde en el viento y duradera de tu voz ronca sostenida de cigarrillos. Siempre quedará ella, que será la última que se vaya, porque las poesías, como tu bien dijiste aquella mañana, son las últimas que se van. Y cuando yo ya esté hecha cenizas o por el contrario en una caja enterrada, sonará todavía la poesía las rendijas de tierra que me separen del viento que la recuerda.





'Considerado, amigo, que has pasado ya,
Como estas ahora, es como yo he estado,
Como estoy ahora, tú también deberías estar
Preparado, después, para seguirme.’