Vivimos en una eterna incertidumbre, y la única forma de asumir esa incertidumbre es a través del arte.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Diary of an automaton that ceased to feel.

Tengo que dejar de echarte la culpa a ti de todo porque ni si quiera sé si existes y ni si quiera sé si todo lo que escribo lo siento realmente.

Estado de parada media en este sentimiento que no sé si es o no es. ¿Hace cuánto que espero a que pase algo? El mundo se mueve a mi alrededor y yo, solo espero.

Una espera tan larga que la vida se escapa entre efímeros chasquidos de ramas viejas y dulces silbidos por ventanas abiertas. El sol que quema solo a veces y otras no. La lluvia que me gustaría apreciar, porque, de veras, es tan bella. Pero no puedo aunque quiera, me siento incapaz de amar algo.

¿Desde cuando mi corazón solo late por latir? ¿Desde cuándo es solo sangre y no vida lo que corre por mis venas? ¿Desde cuándo finjo que lo que escribo lo siento y viceversa?

Algo dentro de mí se ha roto, y ya no funciono.

Soy un autómata y nadie programa mis acciones.

Soy como esa persona que se queda ciega a una temprana edad. Ha visto la vida con sus ojos y ya no la puede olvidar.

Yo he sentido la vida con mi corazón y ya no la puedo olvidar.

Es sencillo, complicado, estrafalariamente extraño, pero es.

Y el periodo espacio-tiempo que divide esta vida y la anterior, ese que rasga los minutos en segundos y deshace la continuidad de la existencia, ha roto mi mundo en pedazos y querría llorar por ello pero no puedo.

Ahora sé cómo se sentía el hombre de hojalata, aquél que quería un corazón. 
No siento nada. Y me gustaría sentir dolor.

Incluso tú. Que vas y vienes, que estás a veces y a veces no. Tu ausencia que hace como que me duele pero me es imposible llorar por ella. Ojala pudiera escribirte un poema.

Un poema triste y melancólico, uno que te llegue, que te haga saber que estoy aquí y sufro en tu ausencia. Un poema que lo marque todo, uno sincero. Uno que plasme lo bello y electrizante y sencillamente fascinante que eres y que serás siempre.

Sigo aquí pero me he ido y ahora comprendo (ojala no) aquello de ‘La vida no es vida, la vida es emoción’.

  




jueves, 26 de diciembre de 2013

Réquiem.

Escapas y  corres
Bajo las luces que una vez lloraste
Arriesgas y escondes
¿Qué pies corren tan rápido?
Tiñendo de rojo el camino hacia ninguna parte
Porque sangras y no te das cuenta
Y rompes ramas que ya estaban rotas
Cañones que no miran, solo te apuntan.
Disparos sin disparar yacen a tu espalda.
Y duelen los cortes mentales.
Incluso ese adiós que no has dicho
Te pica justo ahí, en tu paladar deshecho en súplicas.
Por eso sabes, que esta vez el hierro puede a la plata.
No podrás parar una guerra con un diccionario.
Porque las palabras ya están gastadas
Y las cartas echadas
Y nadie escucha, solo siente.
Y se siente, que todo está acabado.
Hasta ahí, en el remoto arco del triunfo
Que asimila verdes pastos,
Aunque ya todos son grises de cenizas sin prender
Hasta ahí, que no hay guerra, solo campo
Que volverás y todo estará quemado
Hasta ahí, el pulso de la tierra
Anuncia el réquiem.
Un suspiro vital que acabas de exhalar
Un suspiro que ha sonado más fuerte
Más, incluso,  que sus disparos.
Bajo esta capa de insólita noche
Y triste despedida sin decir,
Suspiras por algo que no has vendido,
Arrebatado está  en sus manos
Sin embargo.
La vida que corre por tus venas
Rojo bermellón,
Arropa ahora el suelo.
De agonía y desazón.
Y ahora lloras, porque no dijiste
Ni susurraste,
La nana prometida después de la cena
Y las ascuas de un fuego apagado
Brillan todavía en el hogar.
Y dejaste la ventana abierta.
Y no habrá despertar sin ti,
 ni contigo.
Y con todo,  y eso,
Ya no hay suspiros en tu piel,
Y la luna alumbra,
A tu cadáver blanco
Asimilando tus ojos
A cráteres sin pisar,
Un planeta que nadie ha visto
Ni verá jamás. 



Y en la clara oscuridad de un bosque lleno de ceniza, 
gritas en el silencio de tu muerte, 
Stop Wars, I'm Scared. 



Querido Tate:

Todavía me gusta llorar por las noches. Pero he dejado de ser una marginada amargada de cara al público, no puedo perder espectadores, ¿que sería la vida sin espectadores?

Los miércoles voy al café mercurio, porque mercurio es miércoles y es lo propio ir a un café con el nombre del día de la semana. ¿No? No hay nada particular allí, pero las butacas son rojas y el fieltro de las cortinas azules traspasa las sensaciones cuando la observas. El café es amargo, pero yo tomo té, lo pido al menos, nunca me lo bebo.

A veces todavía voy al teatro. Intento de veras atender, pero me es imposible, todo me resulta tan pedante que desisto, no estoy hecha para etiquetas de marca y asientos de terciopelo rojo.

Ahora tengo miles de amigos, voy con ellos al bar y bebo cerveza Mahou, a veces incluso consigo tirarla en alguna maceta antes de que se den cuenta de que me repugna. Me río mucho, cada vez que me río me duele el pecho ¿es normal? Pero no es nuestra risa, es otra, duele más la risa suya que la tuya, porque la suya suena muy falsa, aunque sigo sin entender que significa la palabra ‘falsa’.

Me he mudado. El piso es grande (y feo). Me da miedo cruzar el pasillo por la noche porque es tan largo e interminable, y siento que nada me espera al otro lado, y la desazón de la nada en la oscuridad próxima que se hunde y transmuta unas cuantas puertas en miles de universos paralelos, pues me asusta. Por el día también es grande, pero más luminoso. Está vacío y muy ordenado.  Me gustaba más el desorden, para que engañarnos. Como no sé qué hacer con tanto espacio, he empezado a llenarlo de cosas que me encuentro por la calle, y a veces huele mal, pero si eso pasa, lo tiro todo y empiezo otra vez. El salón es mi habitación favorita, ahí solo tengo mis cosas, las del otro piso.

Ahora que no soy yo, que soy otra persona la gente parece aceptarme más y por eso el cumpleaños pasado sí que tuve un regalo. Era una tarjeta de felicitación de la vecina de arriba, tiene muchos años y arrugas en las manos, pero su sonrisa es bonita. No tuve más, pero a mí me hizo mucha ilusión.

Cuando es tarde y compruebo que ya no va a venir nadie a verme, (nunca lo hacen, pero si lo pongo parece que la gente se interesa por mí. Y eso es lo que la gente quiere mostrar a los demás, todo el mundo tiene que querer ser querido, así que yo también, aunque estoy todavía intentado adaptarme a esto de querer ser querida. Tú me entiendes.) pongo música de la que me gusta a mí, esa que no es ni rock alternativo ni música clásica bohemia, no, esa que escuchaba antes, y que escucharé siempre (a escondidas) nadie debe de enterarse que escucho esa música, porque yo tengo que adaptarme a la sociedad, y eso no encajaría en mi disfraz, la música que me gusta es demasiado, ya sabes, normal.

Sigo aborreciendo el café solo, pero hago como que me gusta, a veces me paso una tarde entera intentando entender por qué ese sabor le fascina a la gente, sigo sin descubrir el secreto.

Lo único bueno de mi nueva vida, es la lectura, la gente del exterior lee verdaderas maravillas, los bohemios (amigos falsos) míos. A lo que más cariño le he cogido es a la literatura japonesa, son maravillosos.

El silencio nunca se ha ido de mi nueva vida. Lo comprenderás mejor que nadie. Soy silencio. No puedo dejar de ser eso, lo he intentado realmente, pero me ha resultado imposible. Incluso en las noches frías, cuando fuera el ruido de la calle atontaba los cristales débiles de mi casa encrucijada, sentía eso, que silencio aquí y ruido allá. Nunca he dejado de ser eso, es como si, la vida a mi alrededor dejara de sonar.

No llego a comprender el porqué de escribirte esta carta. Ni siquiera recuerdo cuando terminó todo. Solo que, me apagué. ¿Recuerdas tú también eso? ¿O lo has olvidado, junto a todo lo que no recuerdo yo?

Fuera en la calle hay muchos coches, dicen que es Noche Buena, la vida corre y vuela bajo lluvia y nieve que cae y deja de caer, y aquí, solo hay silencio. El cristal se empaña y la tinta del boli negro con el que te escribo esta carta está a punto de gastarse.

¿Sigues contando el tiempo como contaba yo los granos de arroz? Siempre me pareciste fascinante.

Si alguna vez  ves una foto mía, impregna en ella el viejo (o verdadero) yo. Por favor.

A lo mejor te preguntas el porqué de mi cambio. Bueno, supongo, que, a falta de tu presencia, tuve que hacerme al mundo. Creo que todavía hoy no comprendes hasta qué punto eras tú el que me unía al resto de cosas de este planeta y el siguiente.

He tenido que cambiar (a mí no me gusta el cambio) tal vez te guste.

Si afuera llueve cuando leas esto, o si estás bajo la lluvia, cierra los ojos y siente cada gota, y en cada gota, y en su silencioso caer, acuérdate de mí.

Las luces se han encendido y me parecen pequeños soles afuera en la ciudad, adentro en este mundo, solo silencio.

Si me quito las gafas veo tan borroso que el mundo parece hecho por un niño de tres años, y los colores distorsionados parecen todavía más llamativos. Es una realidad tan de esta u otra manera. Si alargo los dedos casi puedo tocar la discontinuidad de las farolas o el mar de asfalto que se desborda por las aceras.

Sabes que yo no lloro delante de la gente, eso es para gente débil, yo soy fuerte. (¿Lo soy?)

¿Recuerdas cuando me apague? Hoy me siento más o menos de la misma manera.

No es que acuda a ti cuando el corazón me va más lento o que sienta que te pertenece a ti el malestar de unos pulmones encharcados por lluvia de tantos mares. Es solo que a ratos (siempre), te echo de menos.

Me acabo de dar cuenta, es por eso que te escribo. Estas palabras te pertenecen porque, eres el único (Ojala pudiera convertirlo en una canción, como tú). Mis líneas son tuyas y mi despertar es tu parpadear y todo está tan encadenado a ti que siento que, a pesar de estar tan lejos, sigo contigo.

No es trágico, es bello (y triste) y es tuyo y mío, y lo nuestro siempre fue tan así.

Ahora no sé cómo terminar la carta, porque, yo no termino las cosas, siempre pueden volver a empezar en algún punto, de este remoto planeta plano. Aunque, he de corregirme, esto no va a empezar de nuevo, es una carta con punto final. ¿Irónico no?

Te mando esta carta para despedirme (al único)

Eres tú, siempre fuiste tú, toda mi vida eres tú, y cuando muera, seguirás siendo tú. Y es algo que no puedo (o no quiero) remediar. Pero tú todavía puedes, pasear (sin mi).

Es una carta para decirte que mi yo se ha terminado. ¿Recuerdas la teoría de las pilas? Aquella en la que suponíamos que cada persona tenía sus pilas y cuando se acababan, se acababa la persona.

Pues mis pilas se han acabado.

No es un suicidio, eso es para débiles, o es para aquellos a los que las pilas les duelen. A mí no me duelen, porque ya no están ahí.

He terminado mi trabajo aquí, y me voy. Es algo simple (complicado tal vez) espero que me comprendas.

Sabes que siempre fui pésima para las palabras y aunque quiera no termino de plasmar lo que te quiero decir. Siempre parece simple en mi cabeza, pero, las palabras escapan en mi mente, huyen, es como jugar a un cache-cache (pilla-pilla en francés, mis clases de idiomas dan sus frutos) conmigo misma.

Solo era que, estoy bien (realmente). Que, siempre fui una extensión de ti y que, ahora me he apagado completamente, que espero que no digas esa frase que me gustaba tanto cuando leas esto, aquella de, “Te has muerto y me has matado un poco” porque no soportaría que fuese cierta.

Se acaba el año y yo me acabo con él. Soy como un calendario, es mejor quitarlo de la pared.

No estoy triste (tal vez un poco), tu tampoco deberías estarlo.

Estoy y estaré siempre, en cada silencio profundo.

Te quiere (es cruel decírtelo ahora.) , Nan.

Pd: Nunca fui impulsiva, pero si lo fuera iría ahora a tu antigua casa, y si estuvieras allí, te besaría. Espero que eso valga como algo, porque de verdad, te quiero.


jueves, 19 de diciembre de 2013

He encontrado más en ti, de lo que encontraré jamás en ninguna parte.

Lazos.

Él la espera. Lo hace de corazón porque tiene las manos metidas en los bolsillos y pretende parecer despreocupado, pero más que eso parece un niño. Tiempo atrás ella habría corrido a sus brazos y habría besado sus pómulos y tal vez habría derramado una o dos lágrimas. Pero ya era un poco tarde para el romanticismo porque, después de todo, ninguno de los dos era fanático de las películas dramáticas como lo fue Sam, y eso les entristecía un poco.

Cuando se encontraron, todo fue muy frío. Nunca habían mantenido una seria conversación, ni si quiera habían compartido más de dos frases largas seguidas a pesar de que llevaban dos años quedando juntos. Aunque pensándolo más detenidamente, siempre era con Sam. Y Sam llenaba la conversación, y unía esos lazos entre ellos que siempre estarán desechos.

A pesar de todo, Jack tenía la clara intención de perder muchos versos de sus palabras sobre los labios de ella. Pero las intenciones fueron vanas, porque cuando estuvo enfrente, las palabras quedaron congeladas entre sus labios.

Sam ya no estaba, Sam estaba muerto. Y eso, eso los había parido a los dos por la mitad.

El corazón de ambos expuesto en la manga de la camisa, y los ojos tan vacíos. 


MAR FOLLOU MI. 


Cada uno se deshacía y se volvía a hacer. 
Cada uno terminaba y empezada. 
Y cada uno, simplemente, subsistía. 
Sin esos lazos que algún día los unieron. 
Ahora rotos, 
como ellos, 
desaparecían como brumas en un viento, 
revuelto, 
feroz, 
ardiente y frío,
desaparecían tal cual las cenizas, 
de su amigo muerto. 

viernes, 1 de noviembre de 2013

10 años, se dice pronto.

Tal vez era el frío, o las flores amarillas entre mis manos, o tal vez eran las pestañas, que me pesaban más que otros días, pero yo me sentía triste. No era una tristeza común y por eso me dolía un poquito más el pecho que otras veces.

El ramo de flores amarillas contrastaba demasiado en el ambiente gris que había ahora en la calle. Parecía el único resquicio de vida que quedaba, en un mundo tan muerto.

Las calles también se hacían así como interminables, largas, pesadas, y mis pies caminaban como si no hubiera un cerebro que enviara orden de lo contrario, porque yo quería parar, y respirar un poco el viento frío que hacía esta primera mañana de noviembre que venía pisando fuerte.

Cuando llegué ante las altas e indudablemente temibles rejas todo se hizo un poco más real y el ambiente lúgubre hasta de la hierba que pisaban mis pies me oprimía un poquito el corazón. El camino me lo sabía de memoria, diez años recorriéndolo una vez al mes, es lo que tiene. Llegué frente a su tumba y fue como si el resto que había alrededor desapareciera y solo hubiera bosque verde y brillante en su lugar.

Dejé el ramo de flores amarillas sobre la piedra gris y acaricié su nombre inscrito en la lápida. Flores amarillas- pensé- como tu suerte.

Y entonces los ojos se me humedecieron y quise salir de ahí porque no quería que me viera llorar, porque después de tanto tiempo seguía sin aceptar que se ha ido. Pero no pude, no pude porque estaban los árboles a nuestro alrededor y si me iba, me perdería en el bosque.

Él no se perdería, él no porque él amaba el bosque, no, mejor dicho, él era el bosque. Era verde y amarillo canario, como los árboles en otoño que crecían en la hoz, también era tierra mojada y margaritas, él siempre fue margaritas. Y su perpetua seriedad quebrantada por esa felicidad en sus ojos oscuros. Él siempre fue todo eso.  Y por eso, volviendo a la realidad, y rodeada de tumbas, sentía la tristeza de verlo aquí, entre lápidas grises de gente extraña. Debí enterrarlo junto a los árboles-pensé.

Me senté a los pies de la tumba y cerré los ojos. No quería llorar, ni recordar, solo quería pasar un rato a su lado como cuando había tormenta  y yo iba corriendo a  su regazo y  me encogía entre sus brazos muerta  de frío y de miedo, y él me miraba con una sonrisa tierna, acariciaba mi pelo y me leía cuentos hasta que mama llegaba y me tendía de nuevo en la cama.


Te fuiste muy pronto, papa, muy pronto para mí. –susurré. 


Tú eras como esa pequeña luz que atravesaba los árboles en las mañanas de invierno
Y, oh papa, sin ti ahora el bosque está tan frío. Y las tormentas son tan solitarias, que hasta los truenos te echan de menos.



Al final de este viaje en la vida quedará 
una cura de tiempo y amor, 
una gasa que envuelva un viejo dolor. 
Al final de este viaje en la vida quedarán 
nuestros cuerpos tendidos al sol 
como sábanas blancas después del amor. 


S.Rodriguez.


viernes, 25 de octubre de 2013

Nunca nadie.

Nunca me preguntaron ni por ti, ni por mí, ni por el dolor mitigado ni por la capacidad de nuestros cuerpos de mantenerse separados. Nunca nadie reparo en la comisura de su labio izquierdo ligeramente más rojo sangre.  Nunca nadie dio pie a ninguna pregunta, y por eso, nunca nadie obtuvo una respuesta.

Nunca nadie quiso saber la historia detrás de estos versos. Ni el dolor ni la alegría que se podía leer entre líneas.

‘Ojala’ me dije ‘ojala preguntaran por mí y por ti y por el viento a esta hora de la mañana. Ojala preguntaran por la tormenta o si me da miedo la oscuridad’ pero nunca nadie pregunto por ello, y nunca nadie obtuvo respuesta, y nunca nadie supo nada.

Y ahora, ya es tarde. Ya no hay  historias que contar, porque te las llevaste tu todas, y el olor a carmín, y el rojo fuego de la colcha y la historia sobre la luna rota del coche, y todas las que vinieron después de aquella, porque, ahora las historias ya quedan viejas y sería como contar un chiste malo.

Y sin embargo, aunque nunca nadie preguntó por mí, nunca nadie se interesó por un poco de todo aquello que estaba deseando decir, nunca nadie. Sin embargo, sí que preguntaron por ella, y por la llama en sus ojos, o no preguntaron, simplemente ella habló, y la envidio por eso, por poder acudir sin ser llamada y responder sin ser preguntada.

Y por eso aunque, cada palabra que pueda decir, tenga algo que quiera que se entrevea, como nunca nadie me preguntó, ni por el pasado, ni por el dolor, ni por el sabor en tu boca al chupar una moneda, como nunca nadie lo hizo, nunca nadie lo sabrá, y algún día, mi mente lo olvidará, y será, como si esa respuesta nunca hubiese existido, como si esa historia nunca hubiese sido vivida. Y nunca nadie, nunca nadie.


Y por eso, nunca nadie se enterará de que quiere decir esto. Porque nunca nadie lo ha preguntado.



 Y aunque nunca nadie sabrá nada, yo estoy bien con eso. 








domingo, 13 de octubre de 2013

For: It depends on who you are

Y cambiar. Como la marea de un pequeño puerto, lúgubre y aterrado. Y salir y conseguir, que el viento te siga.  Y seguir cambiando, como el fénix que revive de sus propias cenizas, como el ave que busca comida y no la encuentra, como un vuelo en primera plana desde tus sueños. Como cambiar sin miedo, sin buscar desaprobación en la mirada de los demás, cambiar dejando de ser el fantasma de tus propias pesadillas, cambiar y dejar atrás a los que buscan y tergiversan tus propias palabras, intentando dejarlas caer, arrojarlas al mar y reír por ello. Dejar de sentir en peso de los demás sobre ti, sobre tu mente, dejar de buscar razón para llorar, porque, quien busca encuentra, y tú, lo has hecho.

It breaks with all that.


Y si eres de los que llegas, y buscas y quieres encontrar, unas palabras para arrojar al mar, deja de hacerlo. Deja de mirar para dañar, deja de meter el dedo en la llaga, porque, para que te importe una mierda el resto del mundo, gastas mucho tiempo en intentar joderlo. 
Y te miro a ti, si,
 que intentas dejar caer tu risa de plomo en estos versos,
 que quieres pensar que no llegan, 
que se quedan cortos, 
que tú eres fuerte y nada puede detenerte,
 que eres de hierro,
 que la vida es solo un juego. 
Deja de hacerlo. 
Deja de mirar para dañar, 
de buscar el mal en los demás.
 Deja de pensar que solo son palabras, porque, las palabras llegan, duelen y se te clavan. 
Y no se las lleva el viento, porque las tuyas pesan y se hincan y aterrorizan y apresan y meten un alma débil en su propia cárcel de cordel. No te estoy diciendo que debes hacer, solo te estoy aconsejando algo. Aconsejar y no rogar.
 Porque no se tus razones, ni tus manías, no sé nada de ti, casi tanto como tú de mí. Y tu postura, alta, grande, posesiva, un tú que intenta ser más con la espalda recta. Y te diré una cosa, más que eso, pareces un pobre crío asustado. ¿De qué huyes? No me lo digas, no me interesa.
 Deja de juzgar sin conocer y pasa a conocer sin juzgar. Dale la vuelta, ponla boca abajo, intenta mirar un poco transparente y quítate esa mascara que se te empieza a pegar a la piel, porque, pequeño niño asustadizo, las máscaras las crea uno, y al final, se las acaba creyendo; déjame decirte, que la tuya no es ninguna gran obra. Es bastante sucia y repetitiva. Al final será que eres el primero que tienes miedo de ti mismo. Y al final será que tu máscara tiene más agujeros que un colador y se empieza a ver lo crío que eres. Hazte una máscara nueva, con traje incluido si quieres, pero que esta vez, no afecte a los demás. Deja esa postura de machote y las botas de pisotear a los demás guardadas en el baúl.


¿Pero qué? Si al final todos somos hipócritas. 

Pd: Sólo tú, sabes quien eres, solo tú te conoces. Entonces, que solo tú te juzgues. 




viernes, 11 de octubre de 2013

She.

Es como un pequeño rayo de luz. Y aunque pequeño, es fuerte y seguro. Como un roble recién plantado que se agarra a la vida con sus futuras grandes raíces.

Y también sonríe. Y oh, cuando sonríe no importa quien la mire, porque, simplemente lo hace, y es tan simple y tan pequeña, y tan fuerte y a la vez tan extraordinariamente ella, que cuesta verla de verdad.

Cuesta verla porque, la ves y no la ves, a intervalos de pequeños segundos en un gran bosque que se interpone entre ella y tú. Se esconde y se encoje para que, traicioneramente, no la encuentre nadie. Porque le gusta estar ahí, acompañada pero desde la lejanía, con miedo a que alguien pase sus potentes y grandes árboles y la derriben.

Y por eso, cuando ella dice algo, no la escuchan, y grita y se intenta hacer oír, pero el viento y las hojas se llevan sus palabras y nunca llegan a su destino, o tal vez, porque simplemente, nadie la escucha desde  tan lejos. Y la sinfonía de su risa si lo hace, se escucha más allá de las tormentas y el aire sordo y taciturno, más allá del bosque y del océano que se interpone entre ella y tú, y por eso, por esa melodiosa y grácil risa, por eso, intentas pasar. Cruzas y entras y quieres llegar a ella, como un grito de orgasmo que no has sentido lo suficientemente. Y buscas y cortas. Y por fin llegas. No es ella, o lo es y no lo es.

Cuando la ves, a centímetros de distancia, sientes que es la primera vez que puedes decir que sabes lo que es el color y la intensidad, porque ella es un sinónimo de todo ello. Porque antes, la vislumbrabas, te imaginabas lo que no llegabas a ver y soñabas con algo más. Antes se veía entre nieblas y era débil y silenciosa. Ahora no, ahora la ves y la sientes, su vida se te clava en la piel y disfrutas de la sensación. Ahora su risa te traspasa, y piensas ¿Por qué no estaba yo aquí antes? Y  la ves de verdad por primera vez y te encanta.

Y desde donde tú estás puedes ver al resto de atontados que hay al otro lado del bosque y que se esfuerzan por pasar. Se frustran y no siguen tu risa porque, no está a su alcance. Y me dan pena, porque, ellos no saben lo que es ella de verdad. No tienen ni la más remota idea de cuál es el color de sus labios a tan poca distancia ni el sabor de su risa en tus oídos. Ni saben cómo es su voz, ni su llanto, ni nada. No saben el color de sus sentimientos, y, desde tan lejos, no la comprenden.

No tiene sentido tampoco describirla.

Te sorprende.

Con cada movimiento y pequeña palabra.

Te sorprende.

Es algo nuevo, una fruta de una remota isla perdida, un nuevo sabor que te estalla en la boca. Así son sus movimientos, así es ella.

Puede que no la veas, pero, si te acercas, si lo intentas, oh, si lo haces, estarás completamente perdido por su intensidad. Una pequeña dosis de droga con cada mirada.

Y también es serena, y emoción y calma todo junto. Es suave, ligera, intensa.

Te puedes drogar y ahogar con su nombre, todo a la vez.


Puedes dejarte llevar por ella, por su deliberada calma y sus gráciles e intensos arrebatos. Puedes embarcarte sobre el Mar que es, y dejar que te guíe. Puedes sentir la intensidad con la que te quiere. Cada pequeña y débil palabra, cada gesto, cada cambio. Cada perdón y cada risa. Puedes sentirlo. Y oh, puedes vivir de ello. 


Y oh, ella no es un mito, ella es real, y ella, ella es Mar. 

jueves, 10 de octubre de 2013

Diario de un borracho.


Cuento mis días en botellas y mis penas en  monedas. Cuento las pisadas de la gente cuando pasan caminando al lado de mi cabeza. Pienso y existo y miro y busco algo un poco humano en el resto de los demás. Todavía no he encontrado nada.

También cuento las miradas, aunque no las cuento con los dedos, porque son demasiadas. Hay muchas de pena, y otras de impotencia. Aunque siendo sinceros la mayoría son de asco.

Muchas veces me planteo la forma en la que deben de verme, y si yo fuera ellos no dejaría ni un céntimo en el vaso de plástico que tengo delante.

Ayer me vi. Fue como un relámpago, nada duradero, un pequeño segundo de una larga vida, pero me vi. Un par de hombres pasaban transportando un espejo delante de mí. En ese momento, tuve ganas de llorar.

Puedo contar mis posesiones con los dedos de las manos, y me parecen demasiadas.
Una mujer me preguntó el otro día porque no quería salir de la pobreza. No le respondí.

No supe hacerlo pues, después de tanto tiempo todavía no tenía una respuesta para eso. Podría responderle a cualquier pregunta, menos a esa. De vez en cuando, en el momento en el que no queda más que el culo de la botella de cerveza barata, y la noche a caído para todos hasta llegar a mi pequeño y andrajoso portal, en ese momento, canto. Canto con la voz clara, y las cuerdas vocales de un niño de  diez años, canto para las estrellas que viven ahí arriba, que no tienen la necesidad de hacerlo aquí abajo. Canto como protesta, por si alguien se digna a escucharme como otra cosa que no sea un asqueroso borracho. Y sobre todo, canto para mí. Para mis recuerdos y para mi mente. Canto las tablas de multiplicar y las fórmulas de física que aprendí en la universidad. Canto historias de dioses y de literatura antigua. Canto la composición de la cerveza y canto mi vida y mi nombre.

Y  cuando canto, oh, cuando canto me siento persona y no borracho.

Por eso, anoche, mientras cantaba una antigua canción que hacia burla a la gente rica y un niño paso junto a su madre con un móvil en la mano y quejándose porque esa noche no quiere cenar lentejas, y me miro asombrado al pasar enfrente y su madre le dio una colleja y le echo la bronca porque no tenía que mirarme. Lo supe.

Supe la respuesta a aquella mujer. Supe porque no quería salir de la pobreza. Y oh, la respuesta llegó tal cual un cubo de agua fría, una verdad que me golpeó el estómago y me dejo sin aliento, una verdad tan irrefutable como que tengo dos ojos y una nariz. Y me gustaría haberlo gritado si no supiera que me fallaría la voz, me gustaría haber gritado, que he perdido la fe en la humanidad.

Y por eso cuando la calle se queda vacía y mi botella similar, rompo a llorar. Y me siento como un niño pequeño, que llora porque no quiere cenar lentejas. Y como el chico al que le han roto el corazón. Y lloro por todo eso por lo que no he llorado nunca, mi familia, mis amigos, mi vida. Y lloro por tener más fe en una botella que en la humanidad. Y lloro porque me siento solo, y desarropado, y a la deriva.  Y mientras tanto, canto. Canto para mí y para nadie más.

En lo más profundo del prado, allí, bajo el sauce,
Hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
Recuéstate en ella, cierra los ojos sin miedo
Y, cuando los abras, el sol estará en el cielo.

Este sol te protege y te da calor,
Las margaritas te cuidan y te dan amor,
Tu sueños son dulces y se harán realidad
Y mi amor por ti aquí perdurará.

En lo más profundo del prado, bien oculta,
Hay una capa de hojas, un rayo de luna
Olvida tus penas y calma tu alma,
Pues por la mañana todo estará en calma.

Este sol te protege y te da calor,
Las margaritas te cuidan y te dan amor.
Tus sueños son dulces y se harán realidad

Y mi amor por ti aquí perdurará.





Y finalmente le di un trago largo a mi, tal vez demasiado pequeña, botella de ron. 

sábado, 5 de octubre de 2013

miércoles, 25 de septiembre de 2013

El miedo lleva a la ira.

Del dulce color del mundo.
De las mañanas retiradas al silbido del viento sordo. 
De todo el conjunto de miradas que se coleccionan con los años. 
De todo eso, solo me queda el miedo. 
Cruel, distante, frío. 
El terror a la vida. 
El "es cobarde vivir, lo es más morir" que se escapa en susurros por cada esquina. 
Alertando la duda del qué hacer. 
Convirtiendo esa debilidad, en un trágico suicidio a mis pensamientos. 
Sobrevolando el perímetro de mis cicatrices. 
Tan irónico. 
Tan triste. 
Tan rápido y certero, como la propia vida. 
La vida que duele. 
Que duele y corta. 
La vida que te mira, y se burla. 
Esa que formatea tu disco duro.
Y que te cambia las pilas, para que un día, no puedas llegar a tiempo. 
Y simplemente, te apagues. 



Haremos como que no pasa nada. 

viernes, 31 de mayo de 2013

No es un momento historico, dices.

Tengo miedo .
De esos miedos que te asaltan por la noche cuando las luz se va y los monstruos  en tu imaginación, renacen.
De ese miedo que es confuso e infantil.
Pierdes mas que ganas.
Y la almohada ya no te sirve de consejera, porque simplemente hasta ella te aterra.
Pero hago de tripas corazón y me muerdo en labio inferior.
'Todo esta en la mente' 'todo esta en la mente'
Pero al final, nada esta en la mente y la pistola calibre 34 que tengo en frente,
Es real.
Y esta apunto de dispararme en un callejón mugriento.
La muerte mas digna que puedo desear y las palabras mas sabias que nunca he diré.
Centímetros, que me parecen milímetros, que en realidad son metros, los que nos separan.
La pistola y yo, la pistola, el que aprieta el gatillo y yo.
El resto del mundo, el callejón,  y yo.

Y entre que sus manos han cargado la pistola y ha vuelto a su posición inicial, el miedo ha desaparecido.
Como el terror no merecido.
Y doy gracias por una muerte rapida.
Y pido que 'No flores, no llores' pongan en mi lápida.
Las piernas ya no tiemblan, ahora adrenalina carga mis venas y comprendo que debe de ser un arma peligrosa.
Y miro por ultima vez las nubes rosas.
Antes de sentir de lleno el plomo, casi como hierro, ligero como estaño,
Encasquillarse entre mis costillas y hacerme cosquillas dolorosas
Antes de dejar que la adrenalina y el plomo me maten.
Y pueda pensar 'que extraño'
En un espacio tiempo antes de que mis venas se corten.


No hay dolor. 
No hay recuerdos.
 No hay mucho.
 No hay nada.

lunes, 27 de mayo de 2013

-Tu-

-Suave y venenosa, como las plumas de un ganso  enfermo, así era tu piel. Cuajada de rocío, temblante ante los primeros rayos del día y apagada cuando ya ningún resquicio de luz quedaba.  Iluminada por esos ojos tuyos tan oscuros y brillantes como las perlas del mar caribe, de aguas repletas de damas y centinelas, con cola de sirena y voz de soprano, aguas que visitábamos en nuestras noches de escasez, al crepúsculo menguante.-

Las dudas me llevan al miedo, como la marea lleva a un barco a la deriva. Y me inducen tu voz insana en cada respiración, propagando mentiras por cada mililitro de sangre azul.

No quiero olvidarte, te lo juro. Lucho cada noche y lo prometo a las estrellas allá en Maldivas. Como a los cuentos que el gato presenció, escondido bajo un sillón de terciopelo, suave como tu voz.

Rezo a un dios en el que no creo que no se lleve tu recuerdo, ni las pequeñas esquelas y retales que me quedan de tu imagen ya borrada, emborronada y difusa por el tiempo.


Y tristemente, esto no llega a ninguna parte, como un vagón que ha perdido su cabina. 

Me contengo las lágrimas cuando la nana llega a mis oídos, y tu voz acompaña sin querer en mi cabeza como la banda sonora de la película de tu vida. 


De tu hija.

No hay buzón para esta carta.  Ni destinatario alguno. 
Hay palabras en el viento y sellos ninguno. 
No quiero perder estos versos, en una caja de cartón. 
Tampoco que los besos, no acompañen al furgón. 
Como aquella noche. 
Llena ahora de reproche. 
Te pido que no te vallas. 
Cuando  bajo tierra y sin zapatos ya no te puedes levantar. 
Y la palabra -papa- ha dejado de sonar sobre las medallas. 

domingo, 12 de mayo de 2013

...Y a esa lata, le dan muchas patadas.


Han pasado muchas semanas, o tal vez solo unas horas, desde que me llamó. Recuerdo sus palabras, el tono de cada sílaba y el suspiro del final, como unos puntos suspensivos. Con ese recuerdo vienen todos los demás encadenados en fila india, esperando a ahogarme por dentro, con paciencia, conspirando contra mí.
Paul ha venido antes, no le he escuchado mucho, he captado el final de su conversación con el aire y el portazo de salida, sus palabras diciendo “…aquí están las cosas de Haylei…” se han quedado en el aire unos minutos.

Me levanto, como un robot de hojalata al que, repentinamente, se han olvidado de engrasar.
Tal vez es todo una broma del destino, susurro cuando me encuentro con una caja llena de sus cosas. La llamada, esto… ¿se han puesto todos de acuerdo de repente? ¿Saben algo que yo no sé? ¿Me ocultan cosas? Si es así, no sería nada nuevo.

Dudo y me balanceo entre la desesperación, la tristeza y el enfado. ¿Qué te pasó, pequeña y misteriosa Haylei?
Jugueteo con uno de sus collares en forma de espiral y pienso, mientras no aparto la mirada de todas las cosas que un día vi entre los rincones del desordenado apartamento de Paul, que tal vez debo olvidarme de ella de una vez.

 Saco una cinta de super8 de la caja y soplo para que el polvo acumulado se disipe por el aire. Unos minutos después, la voz de Paul se extiende por mi salón y su imagen aparece en la pared. Él, enfocándose a sí mismo y presentando una de las tantas coreografías, con euforia y énfasis, después pasa a enfocarnos a nosotros, el espacio es pequeño, pero nos movemos como si tuviéramos todo un campo para bailar. Mis manos agarrando su cintura, su pelo violeta recogido en un grácil moño medio deshecho, su mirada y la mía. Todo.
La cinta se acaba y un sonido sordo proveniente del aparato inunda el silencio que estaba por formarse.  La oscuridad nubla la habitación, y todo lo que acabo de ver, se hace lejano y distante, como si fuera una película y a cuyos personajes no conociera de nada.



Me miro en el espejo y sigo teniendo el pelo violeta, ahora es más largo, y las raíces empiezan a notarse, mi pelo rubio ceniza asoma por arriba. Decido que no tardaré en volver a teñirme.
Miro de nuevo por la pequeña ventana situada encima de mí también pequeña, cocina de gas, y compruebo que el cielo anuncia tormenta. Corto con mi subconsciente, corto con el mundo real, y corto conmigo misma, pienso pausadamente en todo, tomándome mi tiempo y mi calma. Y para cuando recobro el dominio de mi misma, estoy en la calle, empapada, a dos pasos de formar parte de un charco y ardiente de fiebre.

Y como esto no es ninguna película, empiezo a estornudar, como un cachorrillo hambriento.  Pero decido, que si he de morir ahora, y ha de ser de frío, que sea. Acurruco mis cansados y entumecidos brazos alrededor de mi misma y sonrío irónicamente al cruzar mi mirada con un huesudo y sucio vagabundo que me ofrece un trozo de pan desde el portal. No lo tomo, ni siquiera le doy las gracias, simplemente sigo, con pasos entre cortos y largos, acelerados y pausados, llegando al cine Capito.
Puedo ver las ventanas del piso de Paul desde abajo y cómo ya no hay flores en el balcón. Las luces del cine están apagadas, las grandes letras fosforescentes ahora sin luz ni brillo, me promueven nostalgia, y el portero me mira con recelo desde el interior de una cabina de cristal.

Entro al interior y todas las salas están cerradas, el hall se muestra como algo grande que ha dejado de serlo. El terciopelo rojo de todas las cortinas me calienta los huesos con su mera presencia y la alfombra roja bajo mis pies se empapa. No parece importarle a nadie el hecho de que yo esté aquí, ni tampoco que un cárdigan negro se encuentre en el suelo.

Brilla mi colgante en forma de espiral sobre sus manos, y me mira desde una de las puertas.

La veo empapada delante de mí, y me pregunto si habrá alguna cámara oculta escondida, preparada para 
grabar esto y usarlo en la televisión.

Ninguno de los dos se mueve.

Permanecemos quietos.

Un trueno retumba haciendo eco en el hall  y alumbra nuestros rostros pasando por las puertas de cristal.

Quiero abrazarla, me da igual que haya pasado, porque todos y nadie están así.

Por un momento olvido todo, lo que hice, lo que hicieron, lo que el no sabe.

Un pequeño hueco en el espacio-tiempo en el que no existen los secretos.

Ya no importa nada, se lo diré todo, llorare en su hombro y dejaré que me juzgue.

Olvidaré todo, borrare lo que pasó y empezaremos de nuevo.

Me acerco.
Me acerco.

Le beso.
La beso. 

De todas las películas que aquí se proyectaron, la nuestra sería la mejor.
*The End*

viernes, 26 de abril de 2013

El tiempo cabe en una lata, una maltrecha.


Quiero volver a correr por la Gran Vía, volver a la costumbre de los Ducados bajo las escaleras del edificio de arte. Quiero volver a asistir a las clases de interpretación de María, también a rendirme al cansancio sobre la cama de Izan después de ensayar los pasos de contemporáneo. Deseo volver a escaparme un martes por la mañana, con mi hermano de piloto en un Audi del 78 camino Barcelona o simplemente cantar al vecino del  quinto en el piso de Paul, con las piernas colgando en el balcón y los letreros fluorescentes del Cine Capitol alumbrando mis pies.

Quiero volver a todas esas pequeñas cosas que componían mi día a día. Ahora, con un Marlboro en la derecha, sin encender, pues me falta voluntad para fumar, y una botella de Jack Daniels en la izquierda pienso en lo que han cambiado las cosas.

Ya no viene Izan a llamarme a las ocho, ni grita por el pasillo de mi casa lo de “¡La danza del maíz de baila mejor por la mañana!”, no se queda conmigo en mis noches de escasez. Su voz se ha apagado y ni las grabaciones en las cintas de video suenan igual que antes. Echo de menos cuando abría las persianas, no sé qué ha sido de él, ni si su vida sigue igual o no, tampoco sé si él también me echa de menos.  

Junto a él añoro la casa de Paul, y el constante parpadeo de las luces del  Cine Capitol reflejado en las ventanas del salón; los miércoles por la tarde, apagados por el rasgar de mis uñas contra el bajo de mi amigo. Al igual que Izan, Paul y su casa sobre el Cine Capitol también se han ido, ahogados todos en una cinta de super 8.

También hace mucho que se acabaron las clases de María, en aquel apagado salón y el sudor en el aire, junto a las pequeñas interpretaciones, típicas de niños pequeños, que le hacíamos al  dueño del bar de abajo.

El único que no ha desaparecido de mi vida es mi hermano, pero si los viajes improvisados a Barcelona, incluso creo que el Audi del 78 lleva tiempo en la chatarrera también.

Algunos días pienso que he sido yo, que los he echado a todos, o que han huido, como huyen los ratones bajo una escoba color cobre.

Y me quiero creer que no, pero, hecho tanto de menos a Izan y a todos los que venían con él, que me duele. ¿Dónde quedó ese “estaré aquí para ti”?  Porque yo sigo esperando a que se haga realidad. 

darkness, krista, autumn, black


Una llamada de teléfono me levanta de la cama y me obliga a descolgar. Al otro lado la voz de una chica, apagada por una dulce vacilación dice, "Te hecho de menos de una manera, total e irrevocable. Hecho de menos que digas que la danza del maiz se baila mejor por las mañanas" Es su voz, y quiero creer que no.

Cuelga antes de que pueda contestar que yo también. 

Después de tanto tiempo, es como si hubiera despertado de un mal sueño. ¿Qué te paso Haylei? ¿Por qué? 
No se nada de ella. De vez en cuando me encuentro con su hermano, que no la menciona mucho, únicamente un par de insultos despectivos hacia ella, lo cual me sorprende por lo bien que se llevaban. Por otra parte se que tampoco va a casa de Paul, pues se por el mismo que prefiere no volver a verla. Y yo, yo inconscientemente, estaba esperando a que me llamara. 

Creo que llamarle solo ha empeorado las cosas. Haylei, eres tonta-me repito.




Escapar de un desierto con una lata de recuerdos.



Llegamos a un lugar del camino y a un momento en el que, después de todo ya nada importa. Te duelen los pies, te sangran las manos y se te cierran los ojos. Piensas en dormir eternamente. Te cuesta respirar y piensas en cosas banales que alivien el dolor que sientes por dentro. Te da miedo abrir viejas heridas y te tumbas con temor a desangrarte mientras duermes.  

Te cuesta la mitad de tu lucidez decidir si quieres recordar.


Y te vienen a la cabeza, pequeños retales olvidados.
Imágenes que después de tanto tiempo, cobran sentido.

Un pequeño repaso mental a todo esto, que para nada sirve. 




Copyright de las fotografías. 

martes, 23 de abril de 2013

Make me happy.


Ya no queda nada.
Las cenizas de un submundo enterrado bajo mi piel han ardido como los sueños de libertad.
Diáfano.
Estafador.
Carcomido.
Mi cuerpo ya no se sostiene solo en pie.
Las piernas tiemblan bajo un terremoto imaginario.
Y el canario de los sabádos ha uído lejos, muy lejos.
No estoy sola, losé.
Pero ni rodeada de gente me sentiría acompañada.
Como una valada que ha de bailarse en pareja y yo no encuentro a la mía.
Soy como el trozo extravíado de un jarrón roto.
Nunca me encontrarán y yo permaneceré aquí, debajo del sofá, acumulando polvo.
Y de pronto un "Make me happy" se escapa de mis labios.
Todos lo han oído, y me miran con semblante serio. 
Me juzgarán. 
Me infravalorarán 
Y yo volveré a ese rincón de mi misma lleno de polvo. 

Rápido,
incluso certero
como un rayo que no deja que apartes la mirada de él. 
como una mirada que solo quiere mirar al rayo. 
Desconcertante. 
Su mano ante mí, respondiendo a mi suplicante "make me happy"
Todavía no lo he visto. 
Mis ojos están reacios a abrirse 
 y contemplarlo. 
Mantengo mi posición..
Se que no se ira 
y por eso 
Me quedo quieta. 

cool, photo, photography, vintage
Llegas como la primavera.
cool, photo, photography, vintage
Te quedas como las flores.
and, b&w, black, black and white
Y me destrozas como el primer cigarro Camel que me fumé contigo. 

martes, 9 de abril de 2013

Demasiado grande para dejar de arder.

Imagínatelo, tan real, tan cerca.


- Cierra los ojos y siente el sonido hueco de las olas del mar. Como si de una barca tu cama se tratase. ¿Las oyes? Yo también, si alargo las manos hasta puedo sentir el agua mojar mis dedos. Pero, me siento segura, ¿te sientes tu tambien así verdad? Bien. Ahora imagina que los pétalos de las flores del árbol del jardín, caen sobre tí, te acarician las mejillas y se cuelan entre los pliegues de tu ropa produciendote suaves y tentadoras cosquillas.

- Espera, espera.

- ¿Que pasa?

- Cuéntame un cuento, todavía no me quiero dormir.

- ...De acuerdo. Después te dormirás.

<< Era diciembre cuando sobre las olas del mar, Jace, un niño de apenas nueve años aprendía a nadar. El agua fría congelaba sus venas y el fuerte viento hacía que las olas le mecieran con fuerza. Pero el no tenía miedo, su empapada melena rubia oscura caía desordenada sobre sus ojos y le impedía ver bien hacia que sitio exacto nadaba, pero con cada brazada él, se sentía mejor, más libre.

Había llegado allí descalzo y fue como salió, caminó por la playa como si la arena no terminase nunca, empeñado en no parar de andar. El sol se escondía cuando la arena bajo sus fríos dedos se volvió rojiza. El viento empezó a traer cenizas con él, que se amarraban a su pelo y se pegaban a su piel. A lo lejos, escrutando la línea del horizonte, vio al fín, un arbol, tosco, imponente, aferrado a la playa con grandes raíces de tonos oscuros, en llamas. Si así era, desde las ramas altas hasta el mismo tronco, el fuego devoraba astilla a astilla. Y por un momento el pequeño Jace, dejando a un lado la pena que sentía, se atrevió a pensar que parecía un pelo de color rojo que se movía con el viento.

Cuando llegó al pie del arbol el llamas, éste seguía ardiendo, Jace sin embargo no se apartó. Disfrutó del calor que producía y sin miedo a salir mal parado de ahí, se tumbó a su vera, cansado de seguir andando y no tardó en caer en brazos de morfeo sintiéndose protegido.

Cuando abrió los párpados no estaba solo. Una niña de largos cabellos negros lo miraba seria y sentada muy cerca de él, tanto que si alargaba su brazo podría acariciar su blanca mejilla. Jace se incorporó a su lado y permaneció callado sin atreverse a romper el silencion intimidado bajo la atenta mirada negra de la niña.

- Dicen que esta arena es roja por toda la sangre que ha sido derramada sobre ella.- habló al fin la desconocida acariciando el suelo rojizo.

Jace por un momento se quedó asombrado por lo dulce y suave que resultaba su voz y se imnotizo durante unos instantes dejando que el sonido de sus cuerdas vocales acariciaran sus tímpanos para después responder.

- ¿Ahora el arbol arde como memoria de todos ellos?

Ni ella ni el mismo se esperaban una respuesta así. Jace nunca fue un niño maduro e inteligente.

- Carece de sentido pensar porque arden sus hojas. Dime niño desconocido, ¿por qué arde el espíritu del arbol?

Jace meditó la respuesta, esperando que una voz en su interior le dijera que decir. Pero nada sono ahí dentro y le toco decir lo que pensaba.

- El fuego solo cambia el estado de algo, si arde su espíritu, lo único que hace es pasar a ser más... como decirlo ¿libre?.

La niña quedó satisfecha y esbozó una bonita sonrisa complacida. Para decir a continuación.

- Me llamo Lun.

-Yo Jace.

No cruzaron ninguna palabra más, se limitaron a observar como el fuego iba consumiendo poco a poco cada centimetro del imponente y rudo arbol. Después Jace se levantó, y dejando su chaqueta sobre los desnudos y fríos hombros de Lun, se lanzó al mar. No se despidió, ni hizo alusión alguna a la tierra roja. Simplemente dejó que las fuertes olas y el cielo gris forjaran su nuevo viaje de vuelta.

Lun se quedó sobre la arena, junto al Arce, que no dejó de arder. Agarrado sus piernas y agusto bajo el tejido de la prenda de Jace, lo observó desaparecer. Más tarde, hubo truenos que iluminaron el oscuro cielo, pero Lun siguió allí.

No se volvieron a ver. Jace volvió a casa y Lun se quedó allí. Nadie recuerda si el viejo arce dejo de arder alguna vez, tampoco si la tierra roja desapareció. Solo Lun, contemplo la playa, dejando que las cenizas la llenaran por completo y la arena roja hiciera de cama para ella. Solo ella, bajo la chaqueta de Jace, pensó en él a cada segundo, observando con interés la playa solitaria, roja, gris. Bajo un cielo siempre encapotado.

Todos creen que Lun llegó a la sencilla conclusión de que, el espírito de aquel árbol era demasiado grande para dejar de arder alguna vez, aunque, eso claro, nadie lo sabe con exactitud. >>

Y ahora cielo, duérmete.

- ¿Quien era esa niña? ¿Y donde está ese lugar?

- Lejos, muy lejos.

 Lun soy yo. Tan real, tan triste.
 


sábado, 30 de marzo de 2013

Puede que ya lo hayas oído, yo solo vengo a recordártelo.

No sé como hacerlo, Lisa. No sé como quererte bien, no se me dan bien los puzzles y tu corazón se ha convertido en uno desde que lo rompí sin querer en mil pedazos. Te has encasquillado a mis costillas y desde ahí me haces cosquillas en el corazón, pero eso no basta para que nos traigan las perdices del final del cuento que nos merecemos. Ser feliz es difícil, y merecer tus besos aún más, pero si he marcado tu número esta noche es para asegurarte que haré todo lo posible para que me corresponda cada suspiro que se te escapa entre la comisura de los labios. Quiero poseer tu pelo, y tus manos. Quiero que me des tus manos, y permiso para observarlas pintar durante horas. 

Tengo miedo, Lisa, y sólo digo incoherencias, y se me escapan las tonterías por las efímeras arrugas de los labios... Y es que me falta el valor de buscarte y decirte que te quiero a mi lado cada uno de los amaneceres de mi vida, que quiero encadenarme a tu cintura y perder la llave, y aprenderme de memoria el camino hacia tus caderas. Me fallan las fuerzas y la valentía, me pueden mis recuerdos aunque me sobren las ganas y las sonrisas que darte. Y todo esto que te he dicho, ha sido simplemente para evitar tener que admitir lo que a estas alturas es una verdad innegable; que te quiero, Lisa, de las pestañas a los tobillos, loca, profunda, desesperada mente. 

Y ahora voy a colgar, porque me siento estúpido hablando con un contestador automático.


Pero que no te preocupes, que con contestador o no, yo siento lo mismo.

martes, 19 de marzo de 2013

Amor animal entre plumas blancas.

Del invierno de tus pupilas, como hielo prendido de tus pestañas.
Te presto estas sílabas, como aval para tus sueños.
Por lo que recuerdo y lo que todavía permanece.
No vengo de parte de afrodita.
Tampoco en nombre de un amor pasado.
Vengo, desde las sumas de los lunares de tu espalda.
No es una declaración de amor sincero.
No es un amor con reglas, ni fidelidad encadenada a palabras rotas.
No es convencional, di de este mundo cortante.
De connotación diáfana de hipocresía.

Gotas quebradas contra el cristal, hacían de paisaje para nuestra mirada en aquella habitación perdida. Tus manos en mi cintura, tus ojos cerrados y el olor a perfume de casimir. Las notas de una canción sin letra a modo de banda sonora únicamente en mi cabeza y tu aliento en mi pelo como compás. Me acuerdo de mi duda,  la perfección del instante y el entumecimiento de mis piernas bajo las sábanas blancas. Permanece en mí, las marcas de tus dientes en mi espalda, y como bailaba descalza y de puntillas por tus vértebras. Como una clase que nunca se me olvidará, la fisonomía de tu rostro y la anatomía de tu estructura. Las paredes color salmón y la torre Eiffel sin punto visual desde el colchón.  Recuerdo solo eso, porque tú te llevaste todo lo demás, junto con mis te quiero y el calor de mis manos. Ahora te recorre un escalofrío cuando lees mis palabras y te pasan por la mente todas las tazas de café tiradas al desagüe por resaca. Miles de pensamientos nos separan en segundos y copos de nieve cristalizados en la punta de tus pies.

El carmín dejo de pintarme la boca cuando llegaste, porque ya hacías tu pintalabios con tus besos.  

viernes, 15 de marzo de 2013

Ésta es tu vida y se acaba a cada minuto.



La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas de rock, pero no lo seremos y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados. Por eso y solo por eso, por un momento y considerando que exista algún tipo de dios, te tienes que replantear, que no le caes bien.

Pero, tranquilízate, no es el fin del mundo, ni aquí, ni en la línea del mar, como los estúpidos romanos quisieron pensar. Ni lo es ahora, ni lo será hasta dentro de mucho, es más, ni si quiera tú lo verás algún día.




No eres tu ropa. Ni tu dinero. No eres tu casa ni tu pelo. 

¿Y si no eres todo eso? 
¿Por qué tanta atención a algo que no eres?





domingo, 3 de marzo de 2013

No rodaré tus mentiras delante de la cámara de mis ojos.


No hay humo en tus pulmones, ni alcohol en tus venas, pero aun así te sientes sucia y borracha por dentro.  El carmín de tus labios se arrastra más allá de tu boca y el maquillaje oscuro se ha tomado la libertad de extenderse por toda tu cara. Los tacones están rotos y deseas por un momento no ser rubia de bote y volver a tu castaño caramelo. Te arrepientes de cada paso y recuerdas Paris.

Sus calles y sus manos sobre las tuyas. Recuerdas el tacto de su mirada. Tu pelo castaño, tus pantalones y tus ganas de ser feliz, sin pelo rubio, vestido de tubo y ganas de emborracharte.

Ahora llueve, llueve dentro y llueve fuera. Sobre tu cansado cuerpo tirado en el suelo y entumecido por el frío, sobre tus pestañas rotas y tus labios secos. No es una imagen dramática de cualquier película para adolescentes, en la que de un momento a otro gritarán “corten” y estarás seca, no, es una calle de verdad, con sus coches y la vida real que acarrea.

No sabes que te duele más, si el hecho de haber llegado a esa situación o el de que te sientas como un trapo.

Pero te quitas los tacones, arrancas el maquillaje de tu cara, te pones en pié y lloras desconsoladamente bajo las gotas que te bañan de arriba abajo, pierdes el miedo a gritar que quieres ser feliz y dejas que la euforia te inunde por dentro, como un veneno que quema tus entrañas, tal vez como un buen trago de whisky. Tus ojos se agrandan, la droga de la vida hace efecto en ti y respiras agitadamente al salir corriendo por el asfalto que hay bajo las plantas de tus pies, puedes acariciar el aire y sientes cada una de las motas de polvo que se posan sobre tu piel. Ahora te sientes desnuda delante de todos, pero te da igual, te sientes libre, como una pequeña niña, sientes que has vuelto a nacer.
Y así, caminas despacio, malvendiendo tu vida a la calle, entregándote por completo a eso que quieres llamar libertad, dejando que cada bocanada de aire te haga sentir nueva, abriendo los cerrojos que hasta ahora te ceñían la garganta y te encadenaban los pies con grilletes cual preso. Ahora la pistola la tienes tú, la vida es la que tiembla delante de ti, has tomado el control. 



Ahora ya no hay duda, solo afirmación.