Vivimos en una eterna incertidumbre, y la única forma de asumir esa incertidumbre es a través del arte.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Querido Tate:

Todavía me gusta llorar por las noches. Pero he dejado de ser una marginada amargada de cara al público, no puedo perder espectadores, ¿que sería la vida sin espectadores?

Los miércoles voy al café mercurio, porque mercurio es miércoles y es lo propio ir a un café con el nombre del día de la semana. ¿No? No hay nada particular allí, pero las butacas son rojas y el fieltro de las cortinas azules traspasa las sensaciones cuando la observas. El café es amargo, pero yo tomo té, lo pido al menos, nunca me lo bebo.

A veces todavía voy al teatro. Intento de veras atender, pero me es imposible, todo me resulta tan pedante que desisto, no estoy hecha para etiquetas de marca y asientos de terciopelo rojo.

Ahora tengo miles de amigos, voy con ellos al bar y bebo cerveza Mahou, a veces incluso consigo tirarla en alguna maceta antes de que se den cuenta de que me repugna. Me río mucho, cada vez que me río me duele el pecho ¿es normal? Pero no es nuestra risa, es otra, duele más la risa suya que la tuya, porque la suya suena muy falsa, aunque sigo sin entender que significa la palabra ‘falsa’.

Me he mudado. El piso es grande (y feo). Me da miedo cruzar el pasillo por la noche porque es tan largo e interminable, y siento que nada me espera al otro lado, y la desazón de la nada en la oscuridad próxima que se hunde y transmuta unas cuantas puertas en miles de universos paralelos, pues me asusta. Por el día también es grande, pero más luminoso. Está vacío y muy ordenado.  Me gustaba más el desorden, para que engañarnos. Como no sé qué hacer con tanto espacio, he empezado a llenarlo de cosas que me encuentro por la calle, y a veces huele mal, pero si eso pasa, lo tiro todo y empiezo otra vez. El salón es mi habitación favorita, ahí solo tengo mis cosas, las del otro piso.

Ahora que no soy yo, que soy otra persona la gente parece aceptarme más y por eso el cumpleaños pasado sí que tuve un regalo. Era una tarjeta de felicitación de la vecina de arriba, tiene muchos años y arrugas en las manos, pero su sonrisa es bonita. No tuve más, pero a mí me hizo mucha ilusión.

Cuando es tarde y compruebo que ya no va a venir nadie a verme, (nunca lo hacen, pero si lo pongo parece que la gente se interesa por mí. Y eso es lo que la gente quiere mostrar a los demás, todo el mundo tiene que querer ser querido, así que yo también, aunque estoy todavía intentado adaptarme a esto de querer ser querida. Tú me entiendes.) pongo música de la que me gusta a mí, esa que no es ni rock alternativo ni música clásica bohemia, no, esa que escuchaba antes, y que escucharé siempre (a escondidas) nadie debe de enterarse que escucho esa música, porque yo tengo que adaptarme a la sociedad, y eso no encajaría en mi disfraz, la música que me gusta es demasiado, ya sabes, normal.

Sigo aborreciendo el café solo, pero hago como que me gusta, a veces me paso una tarde entera intentando entender por qué ese sabor le fascina a la gente, sigo sin descubrir el secreto.

Lo único bueno de mi nueva vida, es la lectura, la gente del exterior lee verdaderas maravillas, los bohemios (amigos falsos) míos. A lo que más cariño le he cogido es a la literatura japonesa, son maravillosos.

El silencio nunca se ha ido de mi nueva vida. Lo comprenderás mejor que nadie. Soy silencio. No puedo dejar de ser eso, lo he intentado realmente, pero me ha resultado imposible. Incluso en las noches frías, cuando fuera el ruido de la calle atontaba los cristales débiles de mi casa encrucijada, sentía eso, que silencio aquí y ruido allá. Nunca he dejado de ser eso, es como si, la vida a mi alrededor dejara de sonar.

No llego a comprender el porqué de escribirte esta carta. Ni siquiera recuerdo cuando terminó todo. Solo que, me apagué. ¿Recuerdas tú también eso? ¿O lo has olvidado, junto a todo lo que no recuerdo yo?

Fuera en la calle hay muchos coches, dicen que es Noche Buena, la vida corre y vuela bajo lluvia y nieve que cae y deja de caer, y aquí, solo hay silencio. El cristal se empaña y la tinta del boli negro con el que te escribo esta carta está a punto de gastarse.

¿Sigues contando el tiempo como contaba yo los granos de arroz? Siempre me pareciste fascinante.

Si alguna vez  ves una foto mía, impregna en ella el viejo (o verdadero) yo. Por favor.

A lo mejor te preguntas el porqué de mi cambio. Bueno, supongo, que, a falta de tu presencia, tuve que hacerme al mundo. Creo que todavía hoy no comprendes hasta qué punto eras tú el que me unía al resto de cosas de este planeta y el siguiente.

He tenido que cambiar (a mí no me gusta el cambio) tal vez te guste.

Si afuera llueve cuando leas esto, o si estás bajo la lluvia, cierra los ojos y siente cada gota, y en cada gota, y en su silencioso caer, acuérdate de mí.

Las luces se han encendido y me parecen pequeños soles afuera en la ciudad, adentro en este mundo, solo silencio.

Si me quito las gafas veo tan borroso que el mundo parece hecho por un niño de tres años, y los colores distorsionados parecen todavía más llamativos. Es una realidad tan de esta u otra manera. Si alargo los dedos casi puedo tocar la discontinuidad de las farolas o el mar de asfalto que se desborda por las aceras.

Sabes que yo no lloro delante de la gente, eso es para gente débil, yo soy fuerte. (¿Lo soy?)

¿Recuerdas cuando me apague? Hoy me siento más o menos de la misma manera.

No es que acuda a ti cuando el corazón me va más lento o que sienta que te pertenece a ti el malestar de unos pulmones encharcados por lluvia de tantos mares. Es solo que a ratos (siempre), te echo de menos.

Me acabo de dar cuenta, es por eso que te escribo. Estas palabras te pertenecen porque, eres el único (Ojala pudiera convertirlo en una canción, como tú). Mis líneas son tuyas y mi despertar es tu parpadear y todo está tan encadenado a ti que siento que, a pesar de estar tan lejos, sigo contigo.

No es trágico, es bello (y triste) y es tuyo y mío, y lo nuestro siempre fue tan así.

Ahora no sé cómo terminar la carta, porque, yo no termino las cosas, siempre pueden volver a empezar en algún punto, de este remoto planeta plano. Aunque, he de corregirme, esto no va a empezar de nuevo, es una carta con punto final. ¿Irónico no?

Te mando esta carta para despedirme (al único)

Eres tú, siempre fuiste tú, toda mi vida eres tú, y cuando muera, seguirás siendo tú. Y es algo que no puedo (o no quiero) remediar. Pero tú todavía puedes, pasear (sin mi).

Es una carta para decirte que mi yo se ha terminado. ¿Recuerdas la teoría de las pilas? Aquella en la que suponíamos que cada persona tenía sus pilas y cuando se acababan, se acababa la persona.

Pues mis pilas se han acabado.

No es un suicidio, eso es para débiles, o es para aquellos a los que las pilas les duelen. A mí no me duelen, porque ya no están ahí.

He terminado mi trabajo aquí, y me voy. Es algo simple (complicado tal vez) espero que me comprendas.

Sabes que siempre fui pésima para las palabras y aunque quiera no termino de plasmar lo que te quiero decir. Siempre parece simple en mi cabeza, pero, las palabras escapan en mi mente, huyen, es como jugar a un cache-cache (pilla-pilla en francés, mis clases de idiomas dan sus frutos) conmigo misma.

Solo era que, estoy bien (realmente). Que, siempre fui una extensión de ti y que, ahora me he apagado completamente, que espero que no digas esa frase que me gustaba tanto cuando leas esto, aquella de, “Te has muerto y me has matado un poco” porque no soportaría que fuese cierta.

Se acaba el año y yo me acabo con él. Soy como un calendario, es mejor quitarlo de la pared.

No estoy triste (tal vez un poco), tu tampoco deberías estarlo.

Estoy y estaré siempre, en cada silencio profundo.

Te quiere (es cruel decírtelo ahora.) , Nan.

Pd: Nunca fui impulsiva, pero si lo fuera iría ahora a tu antigua casa, y si estuvieras allí, te besaría. Espero que eso valga como algo, porque de verdad, te quiero.


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gotas llenas de sentimiento