Lees sentado en el arcón. Y tus pupilas se agrandan bajo la
luz tenue del atardecer que se cierne sobre la ventana, tirita el frío entre
tus manos, que pasan despacio y temblando cada hoja. No sé en qué piensas
cuando lees, siendo realistas, no sé en qué piensas nunca, ni lo sabré en ningún
momento.
Tienes la espalda un poco curvada y los rayos de luz hacen
sobra sobre tus piernas, la habitación parece quedársete pequeña y sin embargo
tú pareces encontrarte en un vacío infinito entre lo que lees y lo que
imaginas.
Este es de esos momentos que me gustaría recordar siempre,
uno de esos que guardo bien adentro en mi cabeza para que se conserve a pesar
de las telarañas, porque está el equilibrio justo entre mi ausencia y tu
expansión y ojala fuera siempre así.
Ojala no se guardaran tantas cosas por decir en los libros
que llenan las estanterías que te rodean.
La vida parece florecer en tu rostro y morir pocos segundos
después en tu mirada, como el matasellos del correo a tu mente. Y mientras el sol
declina y tus pupilas se dilatan y tu pie, disimuladamente, tiembla ante la
estimulación del libro que sostienes en tus manos, yo, me alejo de la puerta.
Porque nunca estuvo bien espiar, y ya me lo dijo mi madre, y
mi profesora de matemáticas en primer grado. Y ya lo sabía yo, pero, como me
explico a mí misma, que esa es la única forma de ver lo que realmente eres sin
tapujos y medias verdades dirigidas a mi cara. Un día dijiste, que nos
queríamos tanto que nos estábamos matando. Hubiera deseado en ese momento, que
no llevaras toda la razón, pero la llevas.
Guardas tantas cosas detrás del movimiento de tu mano al
escribir una palabra, y la caída de tus ojos al hablar de forma sarcástica.
Guardas tantas cosas en ese rincón de tu
mente lleno de telarañas, que al final, voy a mirarte y solo veo una gran
mentira.
Supongo que tú ves lo mismo cuando me miras.
Por eso, y porque ni si quiera sé cuántos cuchillos sientes
que se te clavan cuando la recuerdas a ella, por eso, y porque nunca me hablas
sin filtros en la voz. Por eso y porque nos estamos matando, y porque tengo
miedo de hablarte, me voy.
Y dejo encima de la tetera, la página del libro por el que
nos peleamos aquella primera tarde en la biblioteca, y al que, tristemente,
debería haber hecho más caso.
Cuando abro la puerta, las farolas afuera se están empezando
a encender, llueve de forma primaveral en el portal de cada edificio, el sol
ya se ha escondido, el vecino de arriba toca la fuga de Bach con el piano y tú
gritas mi nombre justo antes, de que cierre la puerta.
“La vida le había enseñado que las personas vivimos tanto de
grandes y pequeñas mentiras como del aire. Decía que si fuésemos capaces de ver
sin tapujos la realidad del mundo y de nosotros mismos durante un solo día, del
amanecer al atardecer, nos quitaríamos la vida o perderíamos la razón.
– El juego del ángel - Carlos Ruiz Zafón”
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gotas llenas de sentimiento