Mara tiene 24 años, y acaba de terminar la carrera, lo suyo
sería decir que el mundo la espera, que va a por todas. Pero no.
Vive en un inmundo cuchitril a las afueras de la ciudad en
la que ha estudiado y trabaja de 6 de la mañana a 2 de la tarde, mas extras,
haciendo camas en un hotel del centro por un salario mínimo que solo le da para
pagarse el alquiler y comida la justa. Sus padres ambos han hecho lo posible
por enviarla a la universidad, pero no pueden hacer más.
No tiene dinero para pagarse un máster actualmente, sin el
cual no la contratarán en ningún sitio. Por lo tanto, se levanta a las 6 de la
mañana, coge su basto y escaso currículum y se patea la ciudad de cabo a rabo
buscando cualquier trabajo mal remunerado y sin seguridad social con el cual
pueda ahorrar más, manteniendo obviamente el que ya tiene en el hotel.
A la 1 de la tarde se sienta en un banco y se pregunta qué
es lo que ha hecho mal. No es la única que lo está cavilando. En ese mismo
momento tres vagabundos, cuatro parados cincuenteros y cinco estudiantes que
pasean o están cerca, están pensando básicamente lo mismo.
Mara se enerva y enfurece, motivada por el dolor de espalda,
el hambre incipiente y las vistas a otra tienda más que está cerrando. Maldice
a la generación de sus padres que la cagaron en su momento, a las entidades financieras que controlan las grandes naciones europeas y a la nefasta
sensación de saber que no tiene futuro. Que se lo han robado.
Se ve toda la vida
trabajando en un hotel haciendo camas o en un bar de camarera, y eso con
suerte. Ve como se le van de las manos todo por lo que ha luchado: buenas
notas, becas, etc. Piensa en irse a otro país, volver a casa. Ya no puede
pagarse otros estudios, ni si quiera ha hecho lo que le hacía feliz, porque no encontraría trabajo con esa carrera. “Pues mira para lo que me ha servido”.
El tiempo solo lo empeora todo: Inmigrantes maltratados que
hacen lo posible por escapar de un país que los mata de hambre o de guerra. Un
capitalismo cada vez más poderoso. Un estado de bienestar y derechos sociales
que se están tirando por el retrete. El fundamentalismo financiero en el que se
ve sumergida Mara. Los medios de comunicación que solo engañan, que solo
venden. Recuerda las palabras de su padre “Vivimos en la precariedad. Tienes
muchas menos oportunidades de las que yo tuve. Tengo que pagar tus estudios y
además, esos estudios, no te van a garantizar un trabajo” Mara le da toda la
razón desde ese banco tachado de mierda. En las grandes ciudades no quedan más
que dos clases sociales: Los ricos y sus sirvientes. Ella está en el segundo
grupo y se ve incapaz de salir de él.
Cuando empieza a hacer demasiado calor coge un autobús y
vuelve a “casa”, mañana será otro día.
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gotas llenas de sentimiento