Vivimos en una eterna incertidumbre, y la única forma de asumir esa incertidumbre es a través del arte.

jueves, 19 de julio de 2012

Tras el tiempo

Y ahi estaba yo otra vez, perdida en una jungla de asfalto, aturdida por el ruido y cegada por la luz oscura de esa espantosa ciudad. Me gustaba sentarme en cualquier banco que por alli se encontrara, y recordar una y otra vez sin cansarme, exactamente el mismo momento... Aquellos años, meses, semanas, dias... aquellos que fueron mi completa felicidad, aquellos que todavía permanecían en mi memoria, tras el paso del tiempo, intactos. 
Y de nuevo, decidí darme a mi misma una pequeña satisfacción recordando de nuevo, una de las muchas noches, que por entonces, me resultaban mas que suficientes para sobrevivir, solo, con la felicidad de ellos y la mia propia... 
"Hacia un calor veraniego, ese calor tan agradable que solo te reconforta... Me preparaba para salir con la bicicleta, como todas las noches, Jack, Chalie, Jenny, Mike y Peter vendrían a buscarme e ir de nuevo a mirar las estrellas mas alla de las montañas, por el camino del aeródromo del pueblo. 
Me dispuse a recoger mis zapatillas de skater, oh, como adoraba aquellas zapatillas con cordones rosa fosforescente, introduje mis pies en cada una de ellas y me levante de la silla. Ya oía el timbre de la bici de Jenny avanzando por la calle en la que se encontraba mi casa, corrí las cortinas color rosa claro que tapaban la visión y abrí la ventana, asome la cabeza, y en efecto, ahí se encontraban, mis cinco mejores amigos, saludando con la mano hacía mi, les sonreí, cerre la ventana, cogí mi cazadora negra, mi linterna y mi gorro de lana y baje las escaleras hasta llegar a la cocina, donde le di un beso a mi hermano en la mejilla y sali por la puerta. 
Estaba al pie de las escaleras que conducían desde la puerta de mi casa hasta la verja que vallaba mi casa azul claro. Una agradable brisa me revolvió el pelo dulcemente, cerré los ojos, me coloqué el gorro, la chaqueta y avancé corriendo hasta llegar a la  puerta del garaje, con todas mis fuerzas giré el picaporte y subí la gran puerta de metal hacia arriba de forma que se veía todo el estropicio de garaje que teníamos, en el lado derecho se encontraba mi bicicleta blanca y roja, agarré el manillar con fuerza, como si de ello dependiera mi existencia, y me dirigí hasta la verja de mi casa, giré la llave y salí a la calle. Mis amigos me recibieron con un grito salvaje, llegaba la hora, esa hora que esperábamos con impaciencia a lo largo del día. Los seis nos montamos en la bici y comenzamos a dar nuestras típicas vueltas de calentamiento. Consistía en ir de un lado a otro de la calle montados en la bicicleta, gritando lo que nos gustaba gastando bromas y haciendo tonterias como invertidos o ir sin manos. Nos gustaba esa sensación de libertad. Más allá de mi calle, solo se veía la nada, estaba cortada, por lo que solo se observaba el tímido resplandor de las estrellas y el oscuro negro intimidador. Daba miedo avanzar mas allá, pues solo quedaban los campos de cultivo, que no veíamos. Tras realizar nuestro típico ritual, dimos la vuelta y nos dispusimos a adentrarnos en la dirección que nos conducía más allá de las montañas, al otro lado del río, a la famosa esplanada a las afueras del pueblo. 
Encendimos las linternas, y con la única iluminación de seis farolillos que colgaban de nuestros manillares, nos adentramos a la oscuridad. De vez en cuando, alguno rompía el silencio agradable, alabando la belleza del cielo. Me gustaba aquella sensación. 
Nuestras risas se oían mas allá del valle, nos gustaba reirnos sin motivo y elevar la vista al cielo, para observar las estrellas que iluminaban nuestra mirada en las noches de verano. 
Tan solo con 15 años de edad, nos creíamos capaz de hacer todo. Nadie nos paraba en ese entorno, nuestro entorno. 
Ya habíamos llegado al prado. Tiramos las bicis de cualquier manera y corrimos como nunca hasta la roca, en la que nos subíamos para alzar las  manos al cielo y creer que tocábamos las estrellas. 
Corríamos entre risas, tropezones y gritos sin sentido. Éramos felices. Tras dos  o tres horas jugando, corriendo, haciendo el tonto, mirar las estrellas tumbados en el césped y echar varias apuestas sobre el nombre de las constelaciones que observábamos, decidimos volver, ya habrían pasado las 4 de la mañana, como todas las noches. Y de nuevo, otra vez, andamos sobre nuestros pasos "
Me encantaban aquellas noches, las echaba de menos, realmente. Después de tanto tiempo, alejada de ellos, mis amigos. Ya nada fue igual tras el verano, vino la destrucción de la mentira, los engaños y la distancia. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

gotas llenas de sentimiento