Vivimos en una eterna incertidumbre, y la única forma de asumir esa incertidumbre es a través del arte.

martes, 28 de agosto de 2012

Y entonces, una de sus sonrisas, me roba el corazón.

Silencio. Lo único que escucho en estos instantes es, silencio. Un silencio puro y suave. Un silencio de verdad. De esos que se semejan a la nada. De esos que te ponen la piel de gallina. Y en este silencio, las manos me pesan y se balancean colgando de mis muñecas, que a su vez, cuelgan de mis brazos. El vacío de mi alrededor, se compensa con mi cabeza llena de pensamientos. La verdad también pesa, al igual que mis manos. También me pesan los párpados, los pies y la realidad. Pesa todo. Ahora, cuando bajo de las nubes, todo pesa más. La gravedad vuelve a invadirme provocando un incómodo mareo en mí. 
Doy vueltas. Sacudo la cabeza. Cierro los ojos. Me paro, y respiro. Vuelvo a abrir los ojos y contemplo mi alrededor, suelo de madera, un espejo que cubre toda la pared y una única puerta. Puedo huir, pero decido no hacerlo, al menos no de momento.  Sigo valiendo demasiado poco como para que me valoren, pero no lo suficiente como para que me concedan lo que quiero. Sigo valiendo, lo justo como para ser invisible para los demás. 
Las nubes eran mejores, me digo. Todo tiene un porqué, todo, menos la razon de mi existencia sobre ese suelo, todo, menos el porqué de mi sonrisa, el porqué de mis lágrimas y el porqué de mi talento desaprovechado. Todo, menos yo. 
No volveré a las nubes, me repito. No merece la pena vivir allí, no merece la pena volver a aquel lugar de vagos. He tomado una decisión y no puedo volver atrás. 
Camino. Un paso. Dos. Tres. Me paro. Sigo. Cuatro pasos. Cinco. Seis. Me paro. Abro la puerta y salgo. La luz ciega mis ojos color azul, color cielo, color hielo, color mar, color agua. Tanta luz me asombra, al igual que el ruido y el calor reflejado en el asfalto ardiente. La gente, los sonidos, el ambiente. Todo en su conjunto me atonta débilmente mientras mi pelo revolotea a mi alrededor, volando, o creyendo volar, gracias a los efectos de la brisa. Un golpe seco. Suelo. Me e caído. Débil, me regaño, no vales para nada. Levanto la vista y me lo encuentro, parado, con cara de preocupación y un pelo revuelto. Alarga su mano y yo la cojo. Ya en pie, miro sus ojos, profundos ojos negros, como pozos sin fondo, como noches sin estrellas.
 Una sonrisa adorna mi cara. Hola. dice él. Me llamo Dylan. Encantada, yo soy Shía, prosigo yo. No queda mucho para que anochezca por lo que le agarro del brazo y lo llevo conmigo, me da igual lo que piense, no quiero dejarlo pasar sin que lo haya conocido, sería una oportunidad echada a perder. 
Ya lejos, lo suficiente como para que ni la gente ni el humo, ni el ruido nuble mis sentidos, me paro. ¿Qué haces?, me dice. Conocerte, le respondo. 
Y entonces, una de sus sonrisas, me roba el corazón. Que a pasado?, me pregunto. Y de repente, mi respiración va acorde con la suya, los pájaros cantan para nosotros, la felicidad se huele en el aire, y la realidad no pesa tanto como antes. A merecido la pena bajar aquí, me digo, merece la pena sentir esto. que es esto?, le pregunto a él, como si siempre haya estado escuchando mis pensamientos. Amor, me dice el sin dudarlo un segundo. 



                                                    Soy un ángel, y me llamo Shía. Soy un ángel y me e enamorado. 

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