Vivimos en una eterna incertidumbre, y la única forma de asumir esa incertidumbre es a través del arte.

martes, 9 de abril de 2013

Demasiado grande para dejar de arder.

Imagínatelo, tan real, tan cerca.


- Cierra los ojos y siente el sonido hueco de las olas del mar. Como si de una barca tu cama se tratase. ¿Las oyes? Yo también, si alargo las manos hasta puedo sentir el agua mojar mis dedos. Pero, me siento segura, ¿te sientes tu tambien así verdad? Bien. Ahora imagina que los pétalos de las flores del árbol del jardín, caen sobre tí, te acarician las mejillas y se cuelan entre los pliegues de tu ropa produciendote suaves y tentadoras cosquillas.

- Espera, espera.

- ¿Que pasa?

- Cuéntame un cuento, todavía no me quiero dormir.

- ...De acuerdo. Después te dormirás.

<< Era diciembre cuando sobre las olas del mar, Jace, un niño de apenas nueve años aprendía a nadar. El agua fría congelaba sus venas y el fuerte viento hacía que las olas le mecieran con fuerza. Pero el no tenía miedo, su empapada melena rubia oscura caía desordenada sobre sus ojos y le impedía ver bien hacia que sitio exacto nadaba, pero con cada brazada él, se sentía mejor, más libre.

Había llegado allí descalzo y fue como salió, caminó por la playa como si la arena no terminase nunca, empeñado en no parar de andar. El sol se escondía cuando la arena bajo sus fríos dedos se volvió rojiza. El viento empezó a traer cenizas con él, que se amarraban a su pelo y se pegaban a su piel. A lo lejos, escrutando la línea del horizonte, vio al fín, un arbol, tosco, imponente, aferrado a la playa con grandes raíces de tonos oscuros, en llamas. Si así era, desde las ramas altas hasta el mismo tronco, el fuego devoraba astilla a astilla. Y por un momento el pequeño Jace, dejando a un lado la pena que sentía, se atrevió a pensar que parecía un pelo de color rojo que se movía con el viento.

Cuando llegó al pie del arbol el llamas, éste seguía ardiendo, Jace sin embargo no se apartó. Disfrutó del calor que producía y sin miedo a salir mal parado de ahí, se tumbó a su vera, cansado de seguir andando y no tardó en caer en brazos de morfeo sintiéndose protegido.

Cuando abrió los párpados no estaba solo. Una niña de largos cabellos negros lo miraba seria y sentada muy cerca de él, tanto que si alargaba su brazo podría acariciar su blanca mejilla. Jace se incorporó a su lado y permaneció callado sin atreverse a romper el silencion intimidado bajo la atenta mirada negra de la niña.

- Dicen que esta arena es roja por toda la sangre que ha sido derramada sobre ella.- habló al fin la desconocida acariciando el suelo rojizo.

Jace por un momento se quedó asombrado por lo dulce y suave que resultaba su voz y se imnotizo durante unos instantes dejando que el sonido de sus cuerdas vocales acariciaran sus tímpanos para después responder.

- ¿Ahora el arbol arde como memoria de todos ellos?

Ni ella ni el mismo se esperaban una respuesta así. Jace nunca fue un niño maduro e inteligente.

- Carece de sentido pensar porque arden sus hojas. Dime niño desconocido, ¿por qué arde el espíritu del arbol?

Jace meditó la respuesta, esperando que una voz en su interior le dijera que decir. Pero nada sono ahí dentro y le toco decir lo que pensaba.

- El fuego solo cambia el estado de algo, si arde su espíritu, lo único que hace es pasar a ser más... como decirlo ¿libre?.

La niña quedó satisfecha y esbozó una bonita sonrisa complacida. Para decir a continuación.

- Me llamo Lun.

-Yo Jace.

No cruzaron ninguna palabra más, se limitaron a observar como el fuego iba consumiendo poco a poco cada centimetro del imponente y rudo arbol. Después Jace se levantó, y dejando su chaqueta sobre los desnudos y fríos hombros de Lun, se lanzó al mar. No se despidió, ni hizo alusión alguna a la tierra roja. Simplemente dejó que las fuertes olas y el cielo gris forjaran su nuevo viaje de vuelta.

Lun se quedó sobre la arena, junto al Arce, que no dejó de arder. Agarrado sus piernas y agusto bajo el tejido de la prenda de Jace, lo observó desaparecer. Más tarde, hubo truenos que iluminaron el oscuro cielo, pero Lun siguió allí.

No se volvieron a ver. Jace volvió a casa y Lun se quedó allí. Nadie recuerda si el viejo arce dejo de arder alguna vez, tampoco si la tierra roja desapareció. Solo Lun, contemplo la playa, dejando que las cenizas la llenaran por completo y la arena roja hiciera de cama para ella. Solo ella, bajo la chaqueta de Jace, pensó en él a cada segundo, observando con interés la playa solitaria, roja, gris. Bajo un cielo siempre encapotado.

Todos creen que Lun llegó a la sencilla conclusión de que, el espírito de aquel árbol era demasiado grande para dejar de arder alguna vez, aunque, eso claro, nadie lo sabe con exactitud. >>

Y ahora cielo, duérmete.

- ¿Quien era esa niña? ¿Y donde está ese lugar?

- Lejos, muy lejos.

 Lun soy yo. Tan real, tan triste.
 


2 comentarios:

  1. Hola Reina de la inconsciencia.
    El texto es genial,no puedo definirlo con otra palabra,genial
    Tienes dos premios esperándote en mi blog,pasate cuando puedas http://nuncahevistonadacomotusojos.blogspot.com.es/
    Un beso,nos leemos:)

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    1. Muchas gracias por todo(: Aunque ya te lo he dicho por twitter, pero te lo repito por aquí, gracias.

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gotas llenas de sentimiento