Solo había pasado una semana. Y ponía el ‘solo’ delante de
la frase en mi mente, porque si no lo hacía, ella misma se desmoronaría incluso
antes que mi cuerpo. Aunque a quien quería engañar, ¿una semana? Hacía más de un año que pasó una semana.
Las paredes eran grises, de un gris inhumano y terriblemente
nauseabundo. Había muescas en la pared de antiguas victimas que contaron sus últimos días ahí, sangre seca en la esquina derecha y
meados de tres días estancados en el desagüe central. Ni una mísera ventana. Ni
una mísera luz. Ni una mísera palabra.
Solo estábamos, el mísero suelo que pisaba, cuatro paredes
grises que alcanzaban un techo que se me hacía cada vez más bajo, y una puerta,
de metal de hierro, como la boca de un monstruo mitológico que engulle todo lo
que ve, haciendo presencia en una de estas paredes, y yo -que ya no era ni persona.
A veces, cuando se me entumecían las piernas y me quedaba
atento, alerta, mirando la boca del monstruo, me preguntaba, quien estaba en el
interior de tamaña bestia, si yo, desnutrido e ido, el de los ojos rojos y piel a
capas de sangre, o ellos, los de los gatillazos en falso en la sien, las
patadas en el estómago y las risas macabras en la oreja.
De una forma u otra, yo estaba ahí dentro, y el olor de mi
propia putrefacción me llenaba las fosas nasales y vomitaba la comida que no comía.
Si pasaban más de dos horas en mi mente sin que los otros
vinieran a preguntarme nombres y fechas -que quedaban estancados en el corazón,
en un pequeño hueco reservado a la muerte-, si se olvidaban de mi existencia y
sentía la seguridad de la soledad en esa jaula de locos, me permitía recordar,
aunque fuera durante unos minutos, quitarle el polvo a los buenos recuerdos, y
sentir que no fueron una película, que mi piel y mis huesos de verdad los
vivieron. Recordar los tacones de ella, llenando el silencio de la casa cuando
el sol amanecía por un costado de la fachada, recordar las asambleas, la
palabra ‘revolución’ corriendo por mis venas, las ideas de libertad, la
historia, las palabras grandes a susurros en el piso, las ansias de cambiar,
todas esas carreras escapando de los de la camisa azul, los libros embebidos
bajo una vela a altas horas de la noche, el sentir que los grandes filósofos y
la historia estaba de nuestra parte, recordar un poco, y después, volverlo a
olvidar en un rincón, amontonarlo y
echarle tierra.
Con el tiempo, hasta esos pequeños detalles, se fueron
escondiendo tan adentro que incluso cuando mi mente estaba sola, ellos me
dejaban más solo aún. Poco a poco, olvide nombres, calles, números, por olvidar
me olvidé hasta a mí mismo, olvide hasta lo que era sentir algo que no fueran
los golpes.
Con el tiempo, solo me quedaba, la sangre seca y los
arañazos en el cuerpo de cuando me arrastraban desnudo e inconsciente por el
suelo. Aprendí a apreciar el dolor, porque me recordaba que estaba vivo, que
mis huesos no eran polvo, que, en algún lugar recóndito, la palabra de mi
nombre significaba algo. Aunque para qué, si en esas cuatro paredes, monstruo carnal
de mis miedos, yo no valía nada.
Al final, cuando solo oía mis propios gritos de auxilio
resonando en mi mente y haciendo eco en las paredes, me decía a mi mismo, que
la supervivencia era la única carta que me quedaba por jugar. Aunque como todo,
eso iba por rachas. Un día estaba dispuesto a levantarme, desentumecerme,
dispuesto a soportar el dolor de las descargas eléctricas sin llorar, y
soltarles un discurso a los otros, sobre la injusticia de la represión humana,
y al siguiente día, solo me quería morir y olvidar que en algún momento, mi
alma hubo visitado el mundo. Por lo tanto, mi cuerpo, como mi ser, se
encontraba en una constante e imprecisa montaña rusa, que no hacía más que
subir y subir.
Mi corazón dejó de latir un 3 de julio. Entre las cuatro
paredes de mis pesadillas.
No puedo decir que morí como un héroe porque no es así, ni
si quiera que pensara en ellos y ellas antes de dejar de respirar, porque
realmente, lo último que pensé fue que me apetecía mucho un cigarrillo.
Nadie estuvo ahí, cuando deje de vivir.
Morí: solo, triste, sucio, dolorido y hueco.
Y nadie sabrá jamás esa parte oscura de la vida, a la cual la luz del sol no alcanza a dar.
Increible
ResponderEliminarTe destroza, pero te deja con un esperanza extraña.
ResponderEliminarFuiste nominada a dos premios en mi blog.
Besos
Eres brutal, en serio.
ResponderEliminarNo entiendo como puedes convertir algo tan grande como la palabra 'revolución' en algo tan pequeño ( y valioso) como lo agustito que se está cuando ves salir el sol por un lado de la fachada.
Haces cosas muy bonitas cargadas de muchísimos significados sin apenas esforzarte, y dios quiera que las sigas haciendo por mucho tiempo.
Un besazo, pásate cuando quieras
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSabes lo que opino de tus historias, me fascinan, me ayudan, haces que me plantee todo lo que ocurre en esta vida como porque te quiero una simple palabra significa tanto y por que lloramos cuando no sabemos expresar algo o no somos capaces de hacerlo por miedo.
ResponderEliminarMuchas gracias por todo y por favor sigue escribiendo más.
Vale.
Eres increible, espero que te des cuenta en algun momento.
EliminarVale.