Vivimos en una eterna incertidumbre, y la única forma de asumir esa incertidumbre es a través del arte.

domingo, 8 de junio de 2014

Monstruo carnal de mis miedos.

Solo había pasado una semana. Y ponía el ‘solo’ delante de la frase en mi mente, porque si no lo hacía, ella misma se desmoronaría incluso antes que mi cuerpo. Aunque a quien quería engañar, ¿una semana? Hacía más de un año que pasó una semana.

Las paredes eran grises, de un gris inhumano y terriblemente nauseabundo. Había muescas en la pared de antiguas victimas que contaron sus últimos días ahí, sangre seca en la esquina derecha y meados de tres días estancados en el desagüe central. Ni una mísera ventana. Ni una mísera luz. Ni una mísera palabra.

Solo estábamos, el mísero suelo que pisaba, cuatro paredes grises que alcanzaban un techo que se me hacía cada vez más bajo, y una puerta, de metal de hierro, como la boca de un monstruo mitológico que engulle todo lo que ve, haciendo presencia en una de estas paredes, y yo -que ya no era ni persona.

A veces, cuando se me entumecían las piernas y me quedaba atento, alerta, mirando la boca del monstruo, me preguntaba, quien estaba en el interior de tamaña bestia, si yo, desnutrido e ido, el de los ojos rojos  y piel a capas de sangre, o ellos, los de los gatillazos en falso en la sien, las patadas en el estómago y las risas macabras en la oreja.


De una forma u otra, yo estaba ahí dentro, y el olor de mi propia putrefacción me llenaba las fosas nasales y vomitaba la comida que no comía.

Si pasaban más de dos horas en mi mente sin que los otros vinieran a preguntarme nombres y fechas -que quedaban estancados en el corazón, en un pequeño hueco reservado a la muerte-, si se olvidaban de mi existencia y sentía la seguridad de la soledad en esa jaula de locos, me permitía recordar, aunque fuera durante unos minutos, quitarle el polvo a los buenos recuerdos, y sentir que no fueron una película, que mi piel y mis huesos de verdad los vivieron. Recordar los tacones de ella, llenando el silencio de la casa cuando el sol amanecía por un costado de la fachada, recordar las asambleas, la palabra ‘revolución’ corriendo por mis venas, las ideas de libertad, la historia, las palabras grandes a susurros en el piso, las ansias de cambiar, todas esas carreras escapando de los de la camisa azul, los libros embebidos bajo una vela a altas horas de la noche, el sentir que los grandes filósofos y la historia estaba de nuestra parte, recordar un poco, y después, volverlo a olvidar en un rincón,  amontonarlo y echarle tierra.

Con el tiempo, hasta esos pequeños detalles, se fueron escondiendo tan adentro que incluso cuando mi mente estaba sola, ellos me dejaban más solo aún. Poco a poco, olvide nombres, calles, números, por olvidar me olvidé hasta a mí mismo, olvide hasta lo que era sentir algo que no fueran los golpes.

Con el tiempo, solo me quedaba, la sangre seca y los arañazos en el cuerpo de cuando me arrastraban desnudo e inconsciente por el suelo. Aprendí a apreciar el dolor, porque me recordaba que estaba vivo, que mis huesos no eran polvo, que, en algún lugar recóndito, la palabra de mi nombre significaba algo. Aunque para qué, si en esas cuatro paredes, monstruo carnal de mis miedos, yo no valía nada.

Al final, cuando solo oía mis propios gritos de auxilio resonando en mi mente y haciendo eco en las paredes, me decía a mi mismo, que la supervivencia era la única carta que me quedaba por jugar. Aunque como todo, eso iba por rachas. Un día estaba dispuesto a levantarme, desentumecerme, dispuesto a soportar el dolor de las descargas eléctricas sin llorar, y soltarles un discurso a los otros, sobre la injusticia de la represión humana, y al siguiente día, solo me quería morir y olvidar que en algún momento, mi alma hubo visitado el mundo. Por lo tanto, mi cuerpo, como mi ser, se encontraba en una constante e imprecisa montaña rusa, que no hacía más que subir y subir.

Mi corazón dejó de latir un 3 de julio. Entre las cuatro paredes de mis pesadillas.

No puedo decir que morí como un héroe porque no es así, ni si quiera que pensara en ellos y ellas antes de dejar de respirar, porque realmente, lo último que pensé fue que me apetecía mucho un cigarrillo. 


Nadie estuvo ahí, cuando deje de vivir.
Morí: solo, triste, sucio, dolorido y hueco.
Y nadie sabrá jamás esa parte oscura de la vida, a la cual la luz del sol no alcanza a dar. 



7 comentarios:

  1. Te destroza, pero te deja con un esperanza extraña.
    Fuiste nominada a dos premios en mi blog.
    Besos

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  2. Eres brutal, en serio.
    No entiendo como puedes convertir algo tan grande como la palabra 'revolución' en algo tan pequeño ( y valioso) como lo agustito que se está cuando ves salir el sol por un lado de la fachada.
    Haces cosas muy bonitas cargadas de muchísimos significados sin apenas esforzarte, y dios quiera que las sigas haciendo por mucho tiempo.
    Un besazo, pásate cuando quieras

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Sabes lo que opino de tus historias, me fascinan, me ayudan, haces que me plantee todo lo que ocurre en esta vida como porque te quiero una simple palabra significa tanto y por que lloramos cuando no sabemos expresar algo o no somos capaces de hacerlo por miedo.
    Muchas gracias por todo y por favor sigue escribiendo más.
    Vale.

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    1. Eres increible, espero que te des cuenta en algun momento.
      Vale.

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gotas llenas de sentimiento